En el transbordador a Formentera hay eso que se llama ahora tensión sexual no resuelta. Creo que hay una película con ese título. El caso es que si es sexual, será tensión y no estará resuelta; aunque tarde o temprano se resolverá.
Delante de mí se ha acomodado un grupo de italianos aparentemente distendidos. Uno luce camiseta negra con señal de peligro triangular y amarilla que hace alusión a su potencia amatoria. Otros no llevan camiseta. No imaginaba yo que los hombres tuvieran pezones de semejante tamaño. Diríase que con ellos puede cortarse la vitrina que protege la Mona Lisa. Algo más a popa hay unas chicas de una belleza insolente. Si a ellos les abultan los pezones, a ellas los labios les nacen casi verticales. Recuerdan a Nadiuska pero en jovencísimas. Se me viene a la cabeza Umbral.
Han abierto la pequeña persiana metálica de la barra del bar. Los italianos se levantan a por unas cervezas. Una de las jóvenes hace lo mismo al cabo de un rato. Tarda mucho en ponerse de pie. Lo hace con un movimiento lento mientras los chicos la miran y van dejando caer su maxilar inferior. Es altísima y deslumbrante. Tal vez 1’95. Y aunque hay algo de oleaje se mueve como si hubiera nacido en un yate. Ella compra unas cervezas para sus amigas y vuelve a su butaca podría decirse “como si nada”. A babor se ve ya la costa de Illetes. Hay atracados algunos veleros y el agua es de color turquesa.
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