A. estaba decidida a quitar el rododendro porque lleva años con un aspecto muy decaído. Incluso en el invierno, las pocas hojas que le quedan parecen mordisqueadas por las avispas podadoras. A. lo cuida bien. Ha leído acerca de las vitaminas que le convienen, cuánta agua necesita y sigue a rajatabla todas estas indicaciones desde que lo plantamos hace quince años. No hay manera. Así que este invierno me dijo que iba a quitarlo. Yo creo que el rododendro debió escucharle, porque de inmediato se hincharon los capullos de unas cuantas decenas de flores. Más que ninguna otra vez. Ha habido primaveras en las que sólo hemos visto las ramas del arbusto, como palitos miserables entre las hojas ralas: ni un triste capullo. Otros años, dos. Fue oír la amenaza y prepararse para la mayor floración en tres quinquenios. A. Se lo está pensando de nuevo.
A dios graciasque no sabe leer. Si supiera de su inminente armisticio, igual se ponía pocho, nuevamente...
ResponderEliminarM.P.