Las cámaras cenitales de Google Earth dieron lugar a las quejas ciertas o inventadas de ciudadanos que tomaban alegremente el sol en las terrazas de sus casas. Más tarde, la denuncia de un cliente fotografiado desde el vehículo de Google Maps, cuando salía de un sex shop, dio la vuelta al mundo. A partir de aquí, todos imaginamos a una legión de pixeladores a sueldo emborronando caras y matrículas después de cada excursión de las máquinas de la verdad. Eso es, hoy por hoy, la norma.
A veces parece suceder lo contrario. La cámara de Google pasó por la Avenida del Ejército de Pamplona hace algún tiempo, poniendo al descubierto las miserias del edificio del Palacio de Congresos. Sus enormes vanos aparecen, como tantas veces, llenos de carteles pertenecientes a alguna feria que se desarrolla en el interior. El intento estético queda anulado por la tozudez del uso. El voluntarismo frente al utilitarismo tiene poco que hacer y así pasa lo que pasa: que los ventanales de un edificio representativo acaban por convertirse en el jardín de atrás, en las traseras de la casa donde se guardan los cartones.
Por eso, parece más que casual que, después del paso de Google por el Baluarte, alguien haya decidido adherir a los enormes cristales que dan a la Avenida del Ejercito, unos vinilos traslúcidos que impidan ver la cochambre de su interior aun sacrificando el efecto al que estaban destinados los vanos planteados. Pixela que algo queda.
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