5/4/09

Transfiguración y azahar

Cruzo a Triana por el puente de Isabel II. El mercado está en horas bajas. Una gran puesta de atún, rojo profundo, sobre el mármol blanco de una pescadería parece haber absorbido el resto de colores. La guía habla del bullicio del mercado. La guía está escrita hace ya un tiempo. Salgo por la puerta de la calle san Jorge hasta la calle Castilla para comprar el limpiador de plata que me recomendó una cofrade. Delante de la droguería Reina hay un pequeño monumento. Paso casi de largo. Un niño desnudo sujeta un azulejo en alto. Luego, cuando localizo en Google maps la dirección de la tienda, veo la escultura y comprendo que el programa que fotografía las calles del mundo, desenfoca las caras incluso si son de bronce; así que ésta, como las de los policías que acompañan a un delincuente, tiene una mancha difusa que tapa su rostro, mientras que sus genitales aparecen tal cual. No sé; me acuerdo de Baudrillard, q.e.d.

Sigo adelante por la calle Castilla. Me detengo a mirar anuncios ofreciendo portes y grafittis de andar por casa. En la otra acera se ha formado un pequeño tumulto: quince o vente personas de todas las edades rodean a alguien. Un Ford fiesta con los intermitentes de emergencia puestos,está aparcado en doble fila. Hay un movimiento constante. Un hombre sujeta a una niña en brazos mientras habla a la persona que no puedo ver. Dos monjas se han detenido a una distancia prudencial, aunque se han situado más cerca que yo. Tan lejos de casa, me siento libre de observar esta especie de ballet en el que se alternan reproches, agrupaciones de figuras, llegadas de ambulancias por partida doble, confusiones y atascos. Alguna conexión neuronal pega un chispazo y recuerdo a Bill Viola. Llega un coche de la policía y el grupo se dispersa. Pero la dispersión no es cualquier cosa. Es más bien una desaparición, una transfiguración, un cambio de naturaleza de cada sujeto. Todos parecen brillar durante un instante, justo antes de desaparecer de la manera más misteriosa. Si no fuera imposible habría dicho que algunos atravesaron las fachadas, otros la calle y el tráfico que ya se había restablecido e incluso otros se desvanecieron sin más, dejando finalmente a la vista a una mujer de mediana edad, sentada sobre una barca de naranjas y atendida por dos sanitarios. Justo en ese momento llegó hasta donde estaba un penetrante olor a azahar.

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