El arte -dice Canetti- es elegir acertadamente lo que no se hará. Quien asume este postulado, tan antiguo como la idea misma de arte, corre el riesgo de quedar fulminado por el rayo del silencio. O bien, puede comenzar el trabajo más difícil de todos: enfrentarse a la renuncia. Renunciar una y otra vez, obsesivamente hasta cumplir con el precepto y alcanzar el canon, de manera que, finalmente, el objeto no pugne con la apariencia sino con la idea misma. Contender con la idea hasta que los filósofos se subleven contra la pintura como una actividad rival de la suya.
En ese elegir acertadamente lo que no se hará, en ese camino de negación, se producen los residuos elementales, los despojos -siempre al fondo- que ya no son reducibles a otros elementos y sobre cuyo breve fulgor de experimento radioscópico ya no caben interpretaciones. Entre las vigas uno cree andar buscando lo que le es propio; aquello que puede convenirle. Y, sin embargo, ya no hay donde elegir. Son los mismos despojos para todos. Cabe sólo una única lectura. cuya comprensión no depende del lenguaje. El lenguaje es el que es. Al observador corresponde la exactitud, porque a lo que se enfrenta es al canon y a su lógica; al principio del recto entendimiento y a la enunciación de conocimientos verdaderos. De esta forma, las imágenes preguntan por quien las mira, no por quien las produce. Mirar es caer hasta el fondo del plano, caer atraído por la ley de la gravedad formulada de nuevo; la ley de la gravedad horizontal. La ley de la atracción de la mirada.
La ansiedad corresponde al artista y su huella apenas se percibe. Si al espectador corresponde la exactitud en la interpretación, del artista debe predicarse la ansiedad. Él la padece por los demás: aprensión, tensión o inquietud derivada de la anticipación de un peligro no reconocible o desconocido. Inquietud por decir algo de más, cualquier cosa innecesaria. Inquietud por la duda de no haber desalojado suficientemente cada fondo, cada estructura; miedo a caer derribado del caballo por un exceso en forma de fogonazo. Eso no nos compete, apenas es de nuestra incumbencia. Puede adivinarse en la tensión de cada cuadro, pero no es asunto nuestro. Hay cierto suspense a la hora de atravesar las estructuras de Balda, pero ese momento de inquietud es sólo parte del lenguaje, al igual que las letras necesitan ser escritas para poder ser leídas.
Todo está más allá del síntoma, del entramado expuesto a un nuevo saqueo. En el umbral, alguien nos recuerda que al fondo no hay ya donde elegir.
En ese elegir acertadamente lo que no se hará, en ese camino de negación, se producen los residuos elementales, los despojos -siempre al fondo- que ya no son reducibles a otros elementos y sobre cuyo breve fulgor de experimento radioscópico ya no caben interpretaciones. Entre las vigas uno cree andar buscando lo que le es propio; aquello que puede convenirle. Y, sin embargo, ya no hay donde elegir. Son los mismos despojos para todos. Cabe sólo una única lectura. cuya comprensión no depende del lenguaje. El lenguaje es el que es. Al observador corresponde la exactitud, porque a lo que se enfrenta es al canon y a su lógica; al principio del recto entendimiento y a la enunciación de conocimientos verdaderos. De esta forma, las imágenes preguntan por quien las mira, no por quien las produce. Mirar es caer hasta el fondo del plano, caer atraído por la ley de la gravedad formulada de nuevo; la ley de la gravedad horizontal. La ley de la atracción de la mirada.
La ansiedad corresponde al artista y su huella apenas se percibe. Si al espectador corresponde la exactitud en la interpretación, del artista debe predicarse la ansiedad. Él la padece por los demás: aprensión, tensión o inquietud derivada de la anticipación de un peligro no reconocible o desconocido. Inquietud por decir algo de más, cualquier cosa innecesaria. Inquietud por la duda de no haber desalojado suficientemente cada fondo, cada estructura; miedo a caer derribado del caballo por un exceso en forma de fogonazo. Eso no nos compete, apenas es de nuestra incumbencia. Puede adivinarse en la tensión de cada cuadro, pero no es asunto nuestro. Hay cierto suspense a la hora de atravesar las estructuras de Balda, pero ese momento de inquietud es sólo parte del lenguaje, al igual que las letras necesitan ser escritas para poder ser leídas.
Todo está más allá del síntoma, del entramado expuesto a un nuevo saqueo. En el umbral, alguien nos recuerda que al fondo no hay ya donde elegir.
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