He oído todas las versiones. La mejor, en un polígono militar, desde un jeep: -¡Eh! ¡Que aquí no se pueden quitar fotos! Hacer, quitar, tomar. No está clara la relación del fotógrafo con el acto. El asunto es prohibirlo. La obtención de placer en un intervalo de tiempo más o menos breve es siempre sospechosa. Sonreí al hombre. Le mostré todas las piezas dentales que pude. Fui amable y guardé mi movilín. Ya no tuve ganas de mirar la concha, (¿Cómo se le llama en Argentina?) ni de leer cómo se había restaurado, así que después de echarle un vistazo a una cajita árabe de marfil en la que nada quedó sin decorar, me dispuse a salir. El hombre-prohibición se me acercó de nuevo. Supe entonces que no había tenido muchas ocasiones de pronunciar la frase de las frases: –Hay una publicación con muchas fotografías- me dijo. –Cuesta tres euros. Levantó las cejas. Y en aquel doble arco podía leerse con toda claridad una leyenda muy completa: “No es mucho dinero. Las fotos son buenas. Siempre serán mejores que las que usted obtenga con un móvil. Tal vez no debí decirle que no se puede hacer fotos. De hecho, no hay un cartel prohibiéndolo. No me gusta decir no.”
Entendió que soy hábil leyendo cejas. Moví las mías: "Me interesaban los reflejos de los cristales. No importa; me apañaré con lo que tengo y si no, qué le vamos a hacer." Puso cara de haber comprendido.
Hipótesis:
ResponderEliminar-No ponen carteles porque está feo prohibir.
-Dan por supuesto que nadie va a osar sacar fotos.
-Son celosos guardianes de los derechos de autor.
-Arte y monopolios.
-Pretenciosidad: "Nuestras exposiciones son tannn exclusivas..."
-Aquí mando yo/nosotros.
-etc.
http://www.edward-weston.com/images/image_pepper_index.gif
ResponderEliminarCambia el sentido de lo que entendemos por "me importa un pimiento"
M.P.