Hace unos meses hice un trabajo que resultó muy agradable. Redacté después un informe y lo envié por correo electrónico a la atención del director del departamento administrativo del que provenía el encargo. Como no le conocía, procuré ser muy neutro en la redacción, a pesar de que, días antes, había recibido un correo suyo muy jovial. Remití el informe con un par de frases de cortesía. El mensaje se volvió en mi contra: el receptor tuvo una pésima impresión de mí y no he podido deshacer el entuerto hasta que hemos coincidido hace sólo unos días.
Suspendido en primero de emailogía y teniendo en cuenta que envío y recibo unos cincuenta correos diarios, pedí ayuda al editor Ayacam. Me facilitó algunos títulos y compré la edición española de Enviar a cargo de Alberto Gómez Font. Es un libro muy norteamericano, con recuadritos en azul, subtítulos y parágrafos. Muchas de las ideas expuestas son de sentido común y sin embargo, verlas escritas no viene mal. En mi caso, por ejemplo, resultaba palmario -y no me di cuenta- que, existiendo un mensaje previo en el que se usaba un tono muy informal, no debí utilizar otro tan dispar y protocolario aún sabiendo que escribía a la dirección de un departamento administrativo. La cuidada redacción del correo no me hizo aparecer como un tipo respetuoso sino como otro frío, distante y poco interesado en un asunto que, en realidad, me encantó gestionar.
Enviar tiene algunos ejemplos reales sorprendentes. Correspondencia que arranca de manera muy prometedora para los intereses de ambas partes, acaba en sartas de improperios por un quítame allá esas pajas. En otros casos se muestra la capacidad de contención del destinatario, el tiempo que se pierde buscando la redacción adecuada cuando lo idóneo es contestar por teléfono o el aumento exponencial de solicitudes para hacer cosas que nunca te pedirían por otro medio.
Me gustó este párrafo:
“¿Hemos dicho ya que el correo electrónico nos vuelve impulsivos? ¿Hemos comentado que, en algunas ocasiones, nos incita a descarrilar y a escribir cosas extrañas y peligrosas que nuestros sensores no dejarían pasar en circunstancias normales? ¿Acaso nos inspira a poner por escrito nuestras emociones más inconfesables, permitiendo que éstas escapen al mundo exterior, donde en ocasiones pueden llegar a hacemos un gran perjuicio? ¿O es que el correo electrónico derriba las barreras físicas y temporales que previenen que esto suceda en otras circunstancias? ¿Hemos hablado ya de esto? Sí, lo hemos hecho. Y si no lo recuerdas, entonces es que no estabas prestando atención a lo que leías, ¿no es así? Oh, perdón. ¿Ha sonado demasiado hostil? Si nos hubieras oído decir esto en voz alta habrías entendido que estábamos bromeando. (En serio.) Pero ha habido veces en que no lo estábamos. Las emociones fuertes son bestias difíciles de controlar cuando se dejan sueltas en una página o una pantalla, y parece que, por culpa del correo electrónico, últimamente las estamos dejando salir muy a menudo."
Muy interesante toda esa nueva cultura del e-mail. Yo echo en falta siempre un término híbrido entre 'un saludo' (horriblemente frío y casi despreciativo) y el demasiado familiar y casi pegajoso 'un abrazo'. Los ingleses tienen más fórmulas para esto, formales y más coloquiales. Pero es cierto, si te pasas de sobrio piensas que eres un borde (ahí quizá pinchaste, Passy), pero luego hay un momento en que la escalada de confianza va cogiendo forma y uno no sabe cuando parar.
ResponderEliminarEstimado Náufrago (o ex-náufrago):
ResponderEliminarBest regards o amicalement son efectivamente fórmulas intermedias que se adaptan mucho mejor a situaciones diversas. Hace poco, en carta a la vieja usanza, un amigo se despedía con una fórmula que me conmovió: "...ten un abrazo de tu amigo,"
Cambiando de tercio. Como podrás imaginar me tiré de cabeza al índice de tu libro y luego a la página en la que se reproduce la entrada dedicada a la Rue Vaneau que ya es para mí una especie de plaza del Obradoiro estrecha, larga y a la que todos los caminos conducen. Quería darme el gustazo de leerla impresa. Luego estuve comprobando qué bien aguanta el papel lo que está bien escrito. El prólogo está muy bien porque da unidad al conjuto y de las divertidas ilustraciones te contaré algo en petit comité,
Recibe lo que sea menester de tu amigo,
P.d.Una curiosidad: ¿has probado a preguntar a Google por la rue Vaneau? Si no lo has hecho, ten cuidado: puedes sufrir un ataque de egolatría. La juventud se da por descontada.
Su entrada sobre él me ha parecido excelente. Dos cosas a propósito:
ResponderEliminar1.- El correo electrónico sirve a veces como un medio de contención, como una manera de marcar distancias y evitar contactos personales que no deseamos. He visto usarlo a jefes que simplemente desean no perder tiempo con gentes que necesitan muchos minutos para asuntos que ellos desean resolver en cinco segundos. Y he visto a personas que lo han usado para romper relaciones sentimentales. Aunque también hay casos en los que, por ejemplo, el uso del correo en el trabajo sirve a ciertas personas que están a pocos metros para lograr una privacidad imposible ahí de otro modo.
2.- La cita que usted ha colocado, sacada del libro "Enviar", me ha hecho recordar las muchas veces en que me he arrepentido de mandar correos simplemente ofensivos. ¡Es tan fácil sacar la ferocidad en caliente y por escrito! Tenía en mi anterior trabajo un compañero muy querido que me pedía que, antes de responder a escritos de determinados clientes que teníamos, dejara el correo, mi correo, varias horas en remojo. Y su consejo me ahorró el cometer varias estupideces. El otro día, sin ir más lejos, debería haber medido mucho más el comentario que metí en su blog. La ira casi siempre perjudica más a quien es poseído por ella que al destinatario.
Passy, mil gracias por tus comentarios (y por apoquinar el libro). Me estoy arruinando haciendo envíos, pero veo que te has adelantado por el Parnasillo, así que gracias. Y lo de Vaneau, pues gracias también. No sabía que le tuvieras tanto aprecio. Me alegro, porque siento que aquello tuvo su sentido, y me basta un buen receptor para darme por satisfecho. Uno de mis minúsculos objetivos vitales es contribuir a que esa calle se convierta en una suerte de Meca de los letraheridos colgaos de la metaliteratura, el diario íntimo y demás zarandajas del espíritu. La rue Vaneau me parece un buen templo alargado para fijarlo. Me faltó incluir la foto que sí me hice (no así el doctor pasavento) en la citada calle, junto a la casa/placa de Gide, pero cuando me decidí era ya demasiado tarde, en términos de imprentas.
ResponderEliminarEn fin, que gracias. Procedo a un pequeño baño de egolatría virtual ahora mismo. Y de las ilustraciones y el petit comité, las posponemos hasta próximo encuentro.
Ten un abrazo de tu amigo,
el ex-náufrago
(me ha gustado eso de ex náufrago. Pero es que soy náufrago y husky siberiano intermitentemente. En la aparente contradicción de los primeros post del libro, se llega a una salomónica coherencia entre la acción-reflexión, clave, por cierto, de cierta felicidad, me atrevo afirmar y me callo ya).
Algo que me sigue sorprendiendo en este asunto de los e-mails aún más que lo impulsivos y valientes que nos volvemos al responder con la flojera de dedo que nos invade al teclear y al presionar “enviar”, es la capacidad sorprendente para leer en el tono equivocado cualquier e-mail bien intencionado. Es el principal problema con el que me he encontrado y todavía sigo observándolo aunque cada vez más desde la distancia (he aprendido a dejar reposar los correos “peligrosos” un par de horas, días y hasta semanas antes de responder). Y es que resulta que el tono irónico que unos dan a sus escritos se convierte en ofensivo en el viaje por la red hasta el buzón del destinatario, la broma se lee como impertinencia, los chistes se transforman en insultos intolerables, la brevedad pasa a ser brusquedad… Supongo que en sentido contrario también se habrán dado casos, alguien que pretendía ser simpático y cercano fue tomado por un seductor que veladamente estaba flirteando, seguro. Sin embargo creo que se da con mucha más frecuencia el caso contrario.
ResponderEliminarY es que resulta que lo cómodo que resulta ser elocuente por escrito tiene como desventaja la imposibilidad de impregnar del tono nuestro texto. Pretendemos mantener conversaciones sin entonación, excediéndonos en la extensión de nuestra réplica y entorpeciéndola además por el retraso inevitable del medio rapidísimo que es internet. El resultado es que cada uno escribe lo que quiere para que el otro lea lo que en ese momento su humor le de a entender.
Vaya rollo mañanero me acabo de marcar, digno ejemplo de lo que expongo en cuanto a extensión.
Un beso
Bea