9/1/08

Cercanías


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Llegamos al Jardín Botánico diez minutos antes del cierre. La chica de la taquilla nos dice que para qué vamos a pagar cuatro euros cada uno por diez minutos si el drago puede verse desde la plaza. Salen los últimos visitantes y está atardeciendo. Insisto

La chica está acabando su turno:–Cuando ustedes salgan –dice- yo ya no estaré, pero el guardián que vigila toda la noche estará aquí mismo.

Me pareció estar en el monte Tabor .

Contemplamos el árbol en cuestión y luego la placa explicativa que también causa cierto asombro: el ejemplar tiene entre mil y dos mil años. Es una horquilla excepcionalmente ancha. Tampoco digo que lo talen para contar los anillos.

Leía esta mañana Breve tratado del paisaje de Alain Roger. Me lo dejó la única persona de la que acepto libros en préstamo: El pintor P. Newhall a quien, por cierto, las teorías de Roger le vienen al pelo. Se habla en la primera parte de la pintura como base para el arte de la jardinería y la importancia de ésta lo largo de los siglos. Y aquí estamos mirando este drago de veinte metros de altura recortado contra la luz del noroeste, sin aspavientos, cada vez más oscuro hasta convertirse en una mancha de carbón. Solo, majestuoso, si no fuera por una monocotiledónea leñosa y perenne que no tendrá más de cincuenta años, plantada a una distancia suficientemente escasa para que aparezca en cualquier vista que, del monumento vegetal, uno se proponga.

Un icodense me ha contestado amablemente. Me dice que no hay polémica con la palmera y que tal vez la plantó un medianero, antes de fundarse el jardín. Me permito reproducir la foto de principios de siglo que aparece en su página.

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