Estimado sr. Vidal:
Me ha venido estos días a la cabeza su trivial discusión con otra conductora en medio de una atestada plaza circular.
El viernes pasado, un joven embrutecido por la excesiva ingesta de bebidas alcohólicas, vino a buscar, a las dos de la mañana, a la hija de unos vecinos. Llegó en coche y una vez detenido éste y en punto muerto, dedicóse a acelerar alegremente como si se hallara en eso que ahora llaman pit lane y que antes eran los garajes. Como la moza no respondiera al requiebro, creyó el galán que debía cambiar de estrategia, ser más fino, inspirarse en Cyrano, hallar el modo adecuado de persuadir a la dama para que, abandonando el domicilio de sus progenitores, pudiera comprobar cómo alcanza el coma etílico un caballero hecho y derecho. Así que comenzó una larga serenata de claxon. Como el coche era vetusto, la bocina no le iba a la zaga: se trataba de un modelo de tres cornetas, posiblemente un Hella de los tiempos de Arias Navarro. De esas que se inventaron para que, de ninguna manera, pasaran inadvertidas.
Me ha venido estos días a la cabeza su trivial discusión con otra conductora en medio de una atestada plaza circular.
El viernes pasado, un joven embrutecido por la excesiva ingesta de bebidas alcohólicas, vino a buscar, a las dos de la mañana, a la hija de unos vecinos. Llegó en coche y una vez detenido éste y en punto muerto, dedicóse a acelerar alegremente como si se hallara en eso que ahora llaman pit lane y que antes eran los garajes. Como la moza no respondiera al requiebro, creyó el galán que debía cambiar de estrategia, ser más fino, inspirarse en Cyrano, hallar el modo adecuado de persuadir a la dama para que, abandonando el domicilio de sus progenitores, pudiera comprobar cómo alcanza el coma etílico un caballero hecho y derecho. Así que comenzó una larga serenata de claxon. Como el coche era vetusto, la bocina no le iba a la zaga: se trataba de un modelo de tres cornetas, posiblemente un Hella de los tiempos de Arias Navarro. De esas que se inventaron para que, de ninguna manera, pasaran inadvertidas.
Me puse algo sobre el pijama y salí a la calle. Hallábase la lozana asomada al antepecho de la ventana de la cocina, haciendo como que si, como que no. Golpeé con los nudillos en el cristal del conductor y le pregunté si no podía ir a tocar la bocina a su puta casa -error-, a lo que el joven beodo contestó lentamente: -Tranqui.-
Entre la te y la erre hubo un deslizamiento como de placa tectónica; algo así como si San Francisco se moviera unos cuantos metros hacia el mar.
Volví a casa. Durante unos minutos hubo silencio. Luego un acelerón y una larga pitada que no iba destinada a la hija de los vecinos. .
Temo aburrirle, porque este ejemplo resulta un nimiedad, una fruslería comparado con el que le contaré mañana: un caso insólito en el mundo de la discusión al volante.
Atentamente.
Me tiene en ascuas aguardando el día de mañana. De la fruslería me sorprenden dos cosas: que al parecer la lozana se encontraba sola en la casa y el bruto, en lugar de intentar entrar, pretendía que ella saliera no se sabe para qué. Y dos: que el bruto no supiera tocar más que la bocina, en lugar de sacar su alma de tuno y cantarle "clavelitos", como correspondía. Ah, si el muchacho hubiese emprendido la senda de:
ResponderEliminar1. abandonar el coche
2. cantar clavelitos
3. verse acompañado a la guitarra por usted
4. usted haciendo la segunda voz a la canción, ahora sí, convertido en auténtico Cyrano.
Estimado amigo:
ResponderEliminarNo conoce usted bien a la juventud de hoy. Ni a los padres de hoy. Vaya pues preparándose. Y con presteza.
1. La moza no se hallaba sola: los padres pasan del asunto como el Ebro por Zaragoza.
2. El hecho de que el mozo acierte a saber que la bocina emite un sonido "x" es un logro pedagógico-musical de colosales proporciones.
Así que la ecuación se resuelve del siguiente modo:
Bocina es a Mozo
como
Clavelitos es a Mozart
Pase buena noche.