Frente a ese hablar por hablar, el silencio, frente al caos, el orden, frente a la palabra hueca, la música llena. Por ejemplo, ayer por la tarde, en medio de la lluvia, de nuevo Philip Pickett y su orquestita interpretando Dido y Eneas: el lamento final de Dido, naturalmente (me envuelven las sombras, me invade la muerte... acuérdate de mí, remember me...), esa súplica repetida, sencilla, esencial, escueta: acuérdate de mí. Frente a las palabras, que se desvanecen en la barahúnda de la actualidad, la vigencia de esas palabras de Henry Purcell en su ópera: acuérdate de mí. Menos mal.
Una seria migraña me impidió disfrutar de Philip Pickett y lo que ud. llama su orquestita. No pude por menor que recordar la Cité de la Musique en Septiembre pasado. A.I. me ha dicho que, ayer estuvo a punto de llorar con Dido y Eneas. Mi entrada, la disfrutó a su lado A.L. Tal vez, si hubiera podido acudir, mi post hubiera sido distinto. Ahora, como penitencia añadida al dolor de cabeza, no tengo más remedio que deslizarme por la pendiente del parler pour parler
Por otra parte, la apelación al orden. Hablamos de orden y pensamos enseguida en el orden del Estado. Pero su mantenimiento no siempre brilla esplendoroso. En tantas ocasiones nos vemos sacudidos por el exceso del poder ejecutivo, que en otras muchas tendemos a comprender los estallidos de desorden. Si A hace a´ ¿por qué B no va a hacer b´? Con mayor razón, ya que B no está sujeto al imperio de la ley.
A mi ya no me extraña nada, porque la teoría política se lleva mal con la praxis y por eso, sólo cabe desclasificar papeles transcurrido un tiempo prudencial. El tiempo en el que nuestra ira se haya aplacado lo suficiente, el tiempo necesario para el elector no salga a la calle en busca de la cabeza de su diputado.
Disculpe, estimado annonymus, este exordio de un estatalista que lo fue y que no está dispuesto a caer en el liberalismo que sólo pide estructuras cuando las necesita para sí.
Frente a ese hablar por hablar, el silencio, frente al caos, el orden, frente a la palabra hueca, la música llena. Por ejemplo, ayer por la tarde, en medio de la lluvia, de nuevo Philip Pickett y su orquestita interpretando Dido y Eneas: el lamento final de Dido, naturalmente (me envuelven las sombras, me invade la muerte... acuérdate de mí, remember me...), esa súplica repetida, sencilla, esencial, escueta: acuérdate de mí. Frente a las palabras, que se desvanecen en la barahúnda de la actualidad, la vigencia de esas palabras de Henry Purcell en su ópera: acuérdate de mí.
ResponderEliminarMenos mal.
Una seria migraña me impidió disfrutar de Philip Pickett y lo que ud. llama su orquestita. No pude por menor que recordar la Cité de la Musique en Septiembre pasado. A.I. me ha dicho que, ayer estuvo a punto de llorar con Dido y Eneas. Mi entrada, la disfrutó a su lado A.L.
ResponderEliminarTal vez, si hubiera podido acudir, mi post hubiera sido distinto. Ahora, como penitencia añadida al dolor de cabeza, no tengo más remedio que deslizarme por la pendiente del parler pour parler
Por otra parte, la apelación al orden. Hablamos de orden y pensamos enseguida en el orden del Estado. Pero su mantenimiento no siempre brilla esplendoroso. En tantas ocasiones nos vemos sacudidos por el exceso del poder ejecutivo, que en otras muchas tendemos a comprender los estallidos de desorden. Si A hace a´ ¿por qué B no va a hacer b´? Con mayor razón, ya que B no está sujeto al imperio de la ley.
ResponderEliminarA mi ya no me extraña nada, porque la teoría política se lleva mal con la praxis y por eso, sólo cabe desclasificar papeles transcurrido un tiempo prudencial. El tiempo en el que nuestra ira se haya aplacado lo suficiente, el tiempo necesario para el elector no salga a la calle en busca de la cabeza de su diputado.
Disculpe, estimado annonymus, este exordio de un estatalista que lo fue y que no está dispuesto a caer en el liberalismo que sólo pide estructuras cuando las necesita para sí.