Formidable. Probablemente se trate de lo que usted dice, justo antes de levantarse el telón, pero si prescinde usted del rouge foncé verá que en la sonrisa de ella y en esa mano que sostiene la cabeza pesante de él está el triunfo de Judith; en el rostro abotargado de él, la derrota de Holofernes. No es Caravaggio, por supuesto, sino una versión más actual de la misma escena, que no cesa de repetirse desde entonces, desde que Judith tendió sus redes de hermosura y adulación. Antonio Vivaldi escribió en 1716 un "sacrum militare oratorium" que tiene el número de catálogo 644 y que se titula Juditha triumphans (Devicta Holofernes barbarie)". Estas son las últimas palabras de un Holofernes ebrio, adormecido, seducido, arrastrado por la belleza cruel de Juditha: "Tormenta mentis tuae fugiat a corde et calicem sumendo vivat gloria Judithae, et belli face extincta, amor per te vivat in pace". Después se apagaron las luces y empezó la función, una función de un rouge bastante foncé, a juzgar por los charcos que quedaron en el piso.
Formidable. Probablemente se trate de lo que usted dice, justo antes de levantarse el telón, pero si prescinde usted del rouge foncé verá que en la sonrisa de ella y en esa mano que sostiene la cabeza pesante de él está el triunfo de Judith; en el rostro abotargado de él, la derrota de Holofernes. No es Caravaggio, por supuesto, sino una versión más actual de la misma escena, que no cesa de repetirse desde entonces, desde que Judith tendió sus redes de hermosura y adulación. Antonio Vivaldi escribió en 1716 un "sacrum militare oratorium" que tiene el número de catálogo 644 y que se titula Juditha triumphans (Devicta Holofernes barbarie)". Estas son las últimas palabras de un Holofernes ebrio, adormecido, seducido, arrastrado por la belleza cruel de Juditha: "Tormenta mentis tuae fugiat a corde et calicem sumendo vivat gloria Judithae, et belli face extincta, amor per te vivat in pace". Después se apagaron las luces y empezó la función, una función de un rouge bastante foncé, a juzgar por los charcos que quedaron en el piso.
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