12/7/14

Un lugar donde leer

El coche de Google Maps pasa de largo en Villajimena. El pueblo queda a la izquierda saliendo de Palencia hacia el norte, por la P 405. 

Para compensar la desidia del conductor googleano, Villajimena tiene una página web en la que se explica el origen de su rotundo nombre y se reproducen algunos versos del bardo local. En el pueblo no hay nadie. Aquí y allá se levantan como túmulos, montones de escombros antiguos sobre los que hace años que ha crecido la vegetación. El paisaje se hace algo más abrupto al norte, por la hondonada que deja el arroyo del Prado Moral. Hace un día limpio y fresco y en el atrio de la iglesia hay un banco de madera que tiene ya la textura de la piedra.

Me siento a leer las últimas páginas de Un altar para la madre de Ferdinando Camon. Apenas se oyen los gritos de las golondrinas mientras lo termino. En la contraportada el autor cita a Jung:  “En todas las civilizaciones, desde las paganas, griega y romana, hasta las tribales africanas y las de América precolombina, hasta llegar a las actuales, los ritos de salvación pasan por fases que se reproducen de forma idéntica: hay una muerte, para vencer a la muerte se construye un símbolo que reclama al muerto y se consagra dicho símbolo, se ofrece en nombre de la comunidad, en una ceremonia celebrada por alguien digno de este papel”.

El relato de Camon es, desde luego, emocionante y la idea religiosa a la que se ve abocado su final es la única posible. Sin embargo, el placer de la muerte silenciosa se hace tanto más atractivo cuanto más necesaria parece la exaltación del otro. El motivo es fácil de comprender. 


A propósito de todo esto, de los reconocimientos, las miserias y las necesidades, unas líneas del poeta de Villajimena: “Como todo lo tengo perdido hasta el momento, sólo aceptaría posibles colaboraciones con importantes personajes del mundo del cine o canción. De esta forma abstenerse curiosos, no teléfonos, ni tampoco visitas porque no haré caso”.

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