En la presentación de Los Modlin, alguien preguntó a Paco Gómez –el autor del libro- si le caían bien
los protagonistas. No sé desde cuándo no oía una pregunta así. Nadie se
cuestiona si los asesinos de A sangre
fría merecen nuestro odio o nuestra admiración. Después del invento de la novela moderna, solo el cine
de masas sirve para aplaudir a los héroes o silbar a los villanos.
Aparté Kassel no invita a la lógica de Vila-Matas como un cigarrillo encendido, para prender este
otro inclasificable, hijo de la fotografía y la basura. Su ventaja es que no
puedes dejarlo y te dura en los labios lo que una pava recogida en la acera.
No es desde luego una novela al uso. El autor reconoce que
hay toques de ficción pero los añadidos palidecen ante la contundencia de una
realidad estrambótica. Las casualidades son de tal magnitud que sin el apoyo de
datos, fotos y la frescura de la narración, el lector tiraría
el libro por la ventana.
Paco Gómez recordaba la escena de Amanece que no es poco en la que un personaje pide a otro que no
lea un libro porque lo va a estropear. (1) En este caso, será difícil. Quien disfrute
con la historia reciente de España, la psicología o la psiquiatría, el
chismorreo, la fotografía, el Madrid castizo o las relaciones paternofiliales,
tiene en estas páginas una excelente oportunidad para hacerlo.
Sobre todas estas cosas hay algo mucho más profundo que
recorre el libro desde el principio hasta el final: la idea de la vanitas. El bodegón no está formado aquí por objetos clásicos; no
hay relojes de arena o calaveras peladas pero a lo largo del libro nos
encontraremos con todos los elementos propios del género transpuestos a nuestro
tiempo: Por ejemplo, Gómez, sentado en el cine, rompe a llorar y recuerda a su
abuelo cuando ve que en los títulos de crédito del documental…
Vanidad de vanidades.
(1)
- ¿Me vas a dejar leer a mí la novela?.
- No, no te voy a dejar. ¿Vos sos intelectual?.
- No, pero...
- Entonces, para qué te voy a dejar. ¿Para que me la leas mal y me la jodas?
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