Bajo hacia el río. Conduzco por una pista muy inclinada.
Normalmente se va andando. Yo lo hago en coche y tengo miedo de que el pie no
aguante de tanto usar el freno. Podría atropellar a alguien o despeñarme por el
barranco. Hay que hacer mucha fuerza y me canso. Tal vez debí bajar como todo
el mundo, pero después del baño la caminata cuesta arriba acaba enseguida con
la sensación de frescor.
Al final del camino, en el valle, hay tal vez otro
sueño: el río forma una larga sucesión
de meandros entre los que se alzan algunos
promontorios cubiertos de vegetación. Uno puede bañarse aquí y allá en medio de
un paisaje que parece pintado por El Bosco. La temperatura es mucho más
agradable que arriba, aunque no llego a saber si finalmente entro en el agua.
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