No se pueden fotografiar las joyas del Museo de la evolución
humana de Burgos: ni el cráneo Miguelón, ni la pelvis Elvis. Tampoco es fácil.
Su presentación es lamentable. Los cristales de las vitrinas provocan un juego
de espejos desconcertante y la salida del cubo donde se hallan, más parece la
de una caseta de feria. A su vez, el cubo está inserto en un edificio de JuanNavarro Valdeweg que, con otros dos más, forman un conjunto muy difícil de
entender. Si volvemos al museo, la utilización del espacio resulta irracional y
desproporcionada, porque todo es una especie de segundo vestíbulo gigante en el
que cualquier elemento es minúsculo. Lo que pretende mostrarse es de tal
calibre y tan inmaterial que desborda por completo el intento físico. Hay una
planta dedicada a la teoría de la evolución en la que se reproduce la popa del
Beagle y el camarote en el que dormía Darwin. Se proyectan allí dos videos sin
interés. Al lado hay lo que pretende ser una triste reconstrucción de las
conexiones neuronales del cerebro humano a tamaño gigante. Desde la última
planta, ocupada solo por una librería
escasamente surtida, la vista del interior del edificio es desoladora.
Cualquiera de los documentales que pueden verse en algunas
cadenas de televisión resulta de una eficacia infinitamente mayor que esta
construcción. A veces ponemos el carro delante de los bueyes. la editorial
Laetoli, por ejemplo, está publicando libros de Darwin que nunca habían sido
traducidos al español.
Burgos tiene una gran ventaja: todo está cerca de la
catedral y si es invierno, un buen abrigo es suficiente para pasar el día en
soledad. Hecha la excepción de los horribles paneles que algún desalmado ha
concebido para señalar los puntos de escucha de la audioguía, aquí se entiende
al hombre en toda su grandeza y su miseria. Solo un ejemplo: la triste
necesidad de “ser alguien” enfrentada a la de “evolucionar", está
recogida en la capilla de santa Ana a través de un árbol genealógico de
proporciones descomunales, obra de Gil de Siloé. Venir de algún sitio, conservar
las raíces, no mezclarse, mostrarse al mundo con estos atributos de
autoidentidad. Ser o no ser. No ser.
Si aún te quedam ganas de leer, estimado lector, Steven Pinker ha escrito libros estupendos sobre la evolución del lenguaje. Si prefieres que él mismo te lo explique, aquí lo tienes. hay subtítulos traducibles al español en el botón correspondiente.
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