La vida es una cosa extraña. Hace 15 siglos el rey Childeberto I asedió Zaragoza durante 2 meses. Como no la rindiera por las armas, lo
intentó por el hambre. Los habitantes de la ciudad pasearon en procesión la túnica de san Vicente mártir por las murallas y solo entonces el católico Childeberto consintió en levantar el cerco a cambio de la sagrada reliquia. Volvió
el rey franco a su tierra y edificó una iglesia para guardar la túnica.
Saint-Germain-des-Prés no es hoy ni sombra de lo que fue. Desaparecida la mayoría de sus edificios anejos, el templo ha sufrido todas las remodelaciones
posibles y parece ahora una iglesia del extrarradio. El popurrí
es tan intenso que, tal vez, estas escaleras apoyadas de cualquier manera en el
transepto, sean el elemento más espiritual de todo el conjunto.
Lo mismo da 15 siglos que 8 kilómetros: esa es
la distancia que separa la oficina de una iglesia perdida en el sur
del valle y dedicada también a san Vicente mártir. Queda sobre los arcos la
pintura de un hermoso calendario gótico y ahora que llega el fin de año, la vista se
va hacia enero, representado aquí por tres rostros en uno solo. A Jano, el dios de las dos caras, el pintor le ha añadido una tercera dimensión, como si no quisiera olvidar el presente. Tanto tiempo en tantas direcciones.
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