28/8/12

David Hockney en el Guggenheim


David Hockney también habla de la muerte. Y da gusto escucharlo porque todo lo que quiere es aprovechar hasta el último momento de la vida y pintarlo.
-¿Cuánto me ha costado este? – Le pregunta a su ayudante después de terminar un cuadro junto a una carretera en Yorkshire.
-Como dos horas y media.
Hockney se queda dudando. Tal vez le parece demasiado tiempo para un cuadro.

Hay una sala entera dedicada a la semana en la que florecen los espinos; un estallido de blancos y verdes pintados con arrebato y a la vez con mimo, con las ganas de quien vuelve a casa y recuerda de dónde salió.  Hay troncos cortados junto a los caminos y nieve y grupos de árboles y todo tiene vida y la mirada de quien desea la vida más que nada.

No he encontrado en Youtube el video que se proyecta en la exposición. En el museo, la pantalla está, como siempre, junto a la salida a la terraza: al mediodía la luz entra a raudales; no se ve nada. Como los bancos –sin respaldo- están al lado del pasillo que conduce a los wáteres, tampoco se oye bien. Titanio y eso...

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