…”El gracioso diálogo del legislador con sus conciudadanos honrará
este pasaje: «¡Pues qué! ¿No podemos disponer de aquello que nos pertenece para
quien nos plazca? ¡Oh Dioses, qué crueldad! ¡Que no nos esté permitido darles a
los nuestros más o menos a nuestro antojo, según nos hayan servido en las
enfermedades, en la vejez, en las tareas». El legislador les responde con estas
palabras: «Amigos míos que vais sin duda a morir pronto, es difícil que os
conozcáis a vosotros mismos y que conozcáis lo que os pertenece, de acuerdo con
la inscripción délfica. Yo que hago las leyes considero que ni vosotros os pertenecéis,
ni es vuestro aquello que poseéis. Tanto vuestros bienes como vosotros pertenecéis
a vuestra familia, a la pasada y a la futura. Pero, más aún, vuestra familia y
vuestros bienes pertenecen a la comunidad. Por ello, si algún adulador, en
vuestra vejez o en vuestra enfermedad, o alguna pasión, os requiere importunamente
a hacer un testamento injusto, os lo impediré. Pero atendiendo al interés
general de la ciudad y al de vuestra familia, estableceré leyes para que la
convivencia particular deba ceder a la común. Partid alegremente allí donde la
necesidad humana os llame Me atañe a mí, que no miro más una cosa que la otra,
que en la medida de mis fuerzas me ocupo de lo general, cuidar de lo que
vosotros dejéis»”.
Platón, Leyes XI citado por Montaigne en
«El amor de los padres a los hijos» de Los ensayos
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