“Si bien en París aún era posible adquirir pan a precios sujetos a regulación, pocos eran los demás artículos de consumo que estaban disponibles fuera de los desembolsos que exigía el mercado negro. Para obtener carne, azúcar, huevos, mantequilla y otros géneros de primera necesidad, era menester recurrir a un ejército recién creado de vendedores ambulantes clandestinos, que deslizándose de puerta en puerta cobraban sus productos a un precio que doblaba o triplicaba el máximo establecido por las autoridades. La ira popular se hacía evidente en las colas y las plazas de abastos entre quienes eran incapaces de afrontar semejante gasto. A su parecer, estaban siendo víctimas de una traición contra el pueblo, contra el que, de forma solapada, se estaba poniendo en práctica la vieja «conjura del hambre» que tanto había obsesionado a los revolucionarios desde 1789. En palabras de Maubert, el 29 de febrero (1793) nadie se atrevió a reprender a la mujer que declaró:«¡Si no fuera porque una sabe contenerse. Mandaría todo este nuevo régimen a la mierda»!
Al día siguiente, allí y en los mercados céntricos de les Halles, turbas airadas de hombres y mujeres arrasaron con las existencias de mantequilla de los tenderos y obligaron a los carreteros a vender sus cargamentos de huevos a precios que no se habían conocido desde 1790.”
David Andress ed. Edhasa
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