5/6/09

Diccionario del suicidio

Hará como un año, leí el manuscrito del Diccionario del suicidio de Carlos Janín. Su hermano me preguntó cómo publicarlo. Cuatro o cinco editoriales ya lo habían rechazado. No le importaba gastar algo de dinero en la maquetación, tirar unas copias y repartirlas entre los amigos a su costa. Lo leí con asombro; no era un libro para repartir en fotocopias. Hablé con unos y con otros y decidimos buscar al menos una editorial de éstas en las que por la misma puerta entran el texto y la financiación. El director, un hombre profesional y educado, leyó enseguida el Diccionario y me contestó que, siendo él un católico practicante, no podía publicar un libro así. Le di las gracias por no andarse con circunloquios.

Justo entonces creí que un buen contacto pasaba a mi lado. No calibré bien. Entregué el manuscrito a una persona estupenda de una estupenda editorial sin darme cuenta de que el libro no encajaba en absoluto en ninguna de sus colecciones. No hubo respuesta y el tiempo pasó sin resultado.

Volví a preguntar y alguien me propuso a Serafín Senosiain. El director de Laetoli confirmó lo que creía: el libro es muy bueno. En un par de conversaciones el asunto quedó claro, así que poco después Carlos Janín vino a firmar el contrato de edición. Sólo entonces le conocí. Me explicó cómo había comenzado a escribir historias de suicidas en los márgenes de las libretas que utilizaba para otras cosas y cómo alguien le animó a dar forma a aquellos retazos.

Cualquiera puede creer que la escritura, publicación, lectura o apología de un libro sobre el suicidio puede tener algo de morboso o que al hacerlo se corre el riesgo de incitar a un tercero. La negativa del editor del que antes hablé, la triste noticia del suicidio de tres pèrsonas cercanas a lo largo de estos meses y la opinión negativa de algunos amigos no han hecho cambiar la mía.

El Diccionario de Janín no es un libro a favor de la muerte. Más bien es lo contrario: con una escritura sencilla, irónica en ocasiones, y el uso del presente de indicativo el Diccionario del suicidio narra el final de muchos más personajes conocidos de los que hubiéramos imaginado. El humor no falta: algunas entradas dedicadas a intentos fallidos resultan hilarantes. Hay personas y protagonistas de novela, consumaciones y simples pasar por las mientes. Y hay -por encima todo- una enorme cantidad de hechos, de cosas hechas, de amor por la vida. Hay un vivir sin intermediarios, sin representaciones. Con la excusa del fin abrupto, con el deseo de ayudar a conocer “ese instinto de muerte que opera incesantemente en el corazón humano” Carlos Janín habla finalmente de la vida plena.

Mañana, en la caseta de la esquina de la Chapitela, se presenta a las 12:00 el Diccionario del Suicidio de Carlos Janín, ed. Laetoli.

6 comentarios:

  1. Interesante recomendación, me gustaría leer ese libro.

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  2. mercedes alvarez6/6/09

    Con esta presentación, quién no quiere leerlo. Qué suerte encontrar motivos siempre para seguir leyendo.

    Un abrazo.

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  3. Queridos Mercedes y Eduardo:

    Ayer, en la presentación, el autor pidió a los lectores que que no se arrojaran al Arga tras la lectura de su libro,como hizo uno de mis bisabuelos -sin leerlo, claro-.

    Algún asistente me confesó después que había esperado una charla sesuda y oscura, viéndose sorprendido por un hombre divertido y vitalista.

    Mamnue Hidalgo ya le ha dedicado un artículo, Ramón Irigoyen una breve reseña;
    y lo que viiene.

    Mercedes: Si no llega con el invierno autral, dímelo.

    Saludos para los dos.

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  4. Pedro7/6/09

    Resulta muy atractivo, aunque el suicidio tiene siempre algo de atracción morbosa. Me recuerda a la "Antolgía de poetas suicidas",una obra inquietante: ¡cuanto poeta autodestructivo, en la que aparece dese luego Celan, Pavese... ¡Cuidese mucho!

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  5. Fe de erratas habituales y a veces gigantes.

    Donde dice Mamnue Hidalgo, debe decir don Manuel Hidaldo.

    (Mannué: no t'arrime a la paré, que te va yená de cá)

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  6. Estimado Pedro.

    Lo misterioso del libro es cómo el morbo se ausenta en un tema que debería atraerlo de inmediato.


    Usted también, cuídese y en cuanto las jornadas laborales bajen de catorce horas (si es usted el Pedro que imagino) le propongo que charlemos, cervezas mediante.

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