29/3/09

Papillon Oraly



De vacaciones con mi familia en Suiza. Hemos llegado a una especie de barracón o chalé de dos plantas. Parece abandonado pero no en ruinas. Las paredes aún están blancas y quedan algunas sillas. Las ventanas conservan los cristales. Entra el sol de la tarde.

Compruebo que hay luz eléctrica. Ésta se obtiene de una dinamo colocada justo debajo de un aplique que hay en la estancia principal. Hay que hacer girar la manivela durante un buen rato para que no se apaguen las bombillas. (No sé si una de mis hijas se ha quedado en España.)

Decidimos salir a cenar. Creo que ha sido repentinamente cuando nos hemos dado cuenta de que teníamos que comer algo. Me animo y propongo a las chicas que busquemos también un buen sitio para dormir. El viaje no ha ido muy bien. Hemos hecho en dos etapas algo más de setenta kilómetros y solo tenemos cuatro días de vacaciones., así que esta mañana tuve que intentar un atajo por un bosque de pinos enormes. El camino no estaba asfaltado. Las rodadas de los camiones eran muy profundas y hemos venido dando tumbos sin bajar en ningún momento de noventa por hora. Ahora que recuerdo, en realidad no ha sido una decisión. Di un volantazo porque estuve a punto de estrellarme y crucé la carretera: mi carril, el carril contrario, donde estuve a punto de ser arrollado por otro coche, y el arcén y ahí, de puro milagro, emboqué el camino del bosque.

Finalmente terminamos en un embotellamiento entre sequoias. No sé cuánto tiempo tardamos en llegar hasta aquí. Ahora todo me parece bien; el chalé abandonado, la dinamo, la decisión de salir a cenar. En el piso de abajo hay un restaurante barato con sillas de anea. La dueña es una mujer de unos setenta años, a la que pregunto por un restaurante cuyo nombre he leído en alguna guía. No parece ofenderse. Es más: cuando le digo que no recuerdo exactamente cómo se llama, pero que tiene el nombre de un monte de la zona, repasa mentalmente todas las alturas del valle hasta dar con el topónimo. Se extraña. Es un local con una o dos estrellas Michelin. Caro en comparación con la calidad. A mí me extraña que el monte sea tan redondeado en su cima y no pase de los mil cuatrocientos metros de altitud. La mujer me recomienda otro lugar para la cena: el Papillon Oraly.

Por el rabillo del ojo veo un cartel que indica la posibilidad de dormir aquí mismo. Entonces me doy cuenta de que, tal vez, estoy ofendiendo a la dueña del restaurante preguntándole por otro. Le pregunto entonces si tiene habitaciones. Sonríe y levanta la mano derecha con los dedos medio e índice extendidos. Tiene dos habitaciones y una victoria.


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