Libros de santos

El verde de las olas es hoy decididamente químico. Todos los barcos han zarpado y la señora que atiende el bar de los apartamentos me ha dicho que, de tanto en tanto, se producen estos silenciosos vertidos sin que la Administración haga mucho caso. Sigo leyendo el librito sobre el paisaje: la invención de la ventana. Recuerdo el texto de Portús sobre Las hilanderas en el reciente catálogo de Velázquez. La ventana como un hueco en la caja, una fuga en la fuga. Nuevos argumentos para Hallnew. Subo al apartamento y, piso por piso, fotografío los huecos de la escalera: de la misma forma que el lector de vidas piadosas tiene siempre presente a los santos de su devocionario, así se me aparecen mis pintores; una vez y otra vez.

Camino de La Laguna, R. nos cuenta los sueños de la noche. Aquí los recuerda con más facilidad. Hay uno especialmente revelador: se está bañando en la playa y un tiburón la ataca. Pide ayuda a su hermana mayor. Ésta se levanta de la toalla muy despacio y se acerca aún con más lentitud para tenderle la mano. Para entonces, R. ya ha sido alcanzada por el escualo y se la está comiendo. Lo último que R. recuerda son las tripas del animal antes de que éste cierre su boca, a través de la cual logra entrever cómo su hermana se encoge de hombros, como diciendo: -No he podido hacer otra cosa.

De vuelta a casa, compramos algo para la cena de Nochevieja: tallarines y tomate natural. Hacemos una excepción y vemos un rato la tele. Hay un resumen de El d¡ario de Patricia en una especie de intento por rehabilitar el programa. Las escenas son patéticas. Una joven intenta conocer a su padre biológico. Dos tipos se presentan como candidatos. Ninguno de los dos resulta serlo. Ahorro detalles. Trago durante un rato. Estamos cansados. Dejamos los tallarines para mañana. Cenamos galletas María y un Gatorade. Nos acostamos a las once.