Se crea entonces una especie de no-lugar que trae consigo el problema de la melancolía. No se trata de la añoranza de lo que no existe, porque –siguiendo con el ejemplo- Vancouver existe. ¿Qué es entonces? ¿Puede hablarse de melancolía por exclusión? Por ejemplo: añoro cualquier lugar, cualquier tiempo que no sean los míos. Tal vez. Aunque sólo sea por pura estadística. Y esto ¿tiene una raíz religiosa? Es decir, el paraíso, grabado a fuego en nuestras conciencias, ¿abre pequeñas ideas paralelas?: “Cuando yo esté en…” “Si yo fuera a….”. Vivir otras vidas de manera vicaria, ese parece ser uno de los sentidos de la cultura. Ejercitarnos en la representación. Representar o sentirnos representados en otro. ¡Y de tantas formas! Huir de nosotros mismos.
A mí a veces me pasa.
ResponderEliminarMe encantaría escribir algo sobre eso: sobre las oportunidades que tenemos de viajar, y sobre las posibilidades dades reales de hacerlo. Sobre esa supuesta nostalgia que no se acaba, porque desde un lugar uno extraña otro y así ad infinitum. Tal vez tenga una raíz religiosa. Una vez perdido el paraíso, nos queda vagar, huir de un lado a otro, buscar sin saber bien qué es lo que esperamos encontrar. Quizás el momento de regocijo sea precisamente el del viaje, ese en el que nos subimos al tren, al avión, e imaginamos lo que esperamos encontrar del otro lado. Y sí, uno añora siempre lo que nunca pudo tener. Tendría mucho más para decir.
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