A veces me doy un paseo por el mundo. Miro cómo anochece en Japón y luego en China. Veo autopistas o montes famosos a través de las cámaras colocadas por todas partes. Se encienden las luces de un puente en Canberra o amanece en una estación de esquí en los Alpes, y miro esta sucesión interminable de días y noches confundidos, revueltos y ajenos al orden de los meridianos. Los coches se mueven a intervalos. Una persona que viene por una acera de Moscú cambia de posición cada diez segundos. En Times Square el flujo de vehículos no se detiene y puede escucharse el ruido sordo de la circulación; como en los artefactos de Jaume Plensa en los que puede oírse el sonido de la sangre a través de la femoral. Todo tiene una calidad escasa, excesivamente pixelada. Posiblemente la misma calidad del que mira: desordenada, a trozos, a cuadraditos.
Hay pocas sensaciones más intentas que pasar de la imagen pixelada a la real. Sean las sobrias casitas de Corea del Norte, o la arena que se mete por dentro del pantalón en esa playa del sur que ahora visitas, y que es tan inabarcable como la vida, que no conoce de pantallas.
ResponderEliminarhabía una película que traducía esto en imágenes, no recuerdo si era de wenders o jamursch, qué más da. Era como; todo ocurre igual , más o menos en todos los sitios, más o menos.
ResponderEliminariluminaciones.