Edgar Degas acostumbraba a mirar de frente, al proscenio, cuando no al salón de baile donde ensayaban las bailarinas. Incluso Degas, un hombre que dirige la vista hacia delante cae en la tentación de dibujar el palco, tal vez porque sabe que en los palcos se representan otras obras o se mira de otra forma, sesgada, morbosa. La misma mirada de los asistentes al éxtasis de santa Teresa de Bernini. Eso retrata aquí Degas: el lugar donde puede verse casi sin ser visto, oculto por las candilejas que iluminan a las bailarinas, ocultos por la luz divina que baña el cuerpo retorcido de la santa.
Hay una tradición en cuanto al pintar el palco del teatro porque de alguna forma hay que hablar de quien mira, lo mismo que de quien representa.
Hay una tradición en cuanto al pintar el palco del teatro porque de alguna forma hay que hablar de quien mira, lo mismo que de quien representa.
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