Aún dando vueltas al asunto del mirar. Detenerse y mirar hasta el arrobamiento. Vuelvo a encontrarme con estas cosas de Bataille. Lo explica muy bien. Es muy minucioso y creo que es de gran ayuda para hacer algo que, al menos yo, no hago con frecuencia: detenerme un instante. No pretendo el éxtasis, tal vez ni siquiera la reflexión. El asunto es detenerse un momento. Luego ya pasará lo que tenga que pasar. Detener la ansiedad, como quien encuentra un claro en el bosque a última hora de la tarde después de haber estado todo el día abriéndose paso, machete en mano. Bajarse del caballo cubierto de espuma de sudor. Sólo un instante para aquéllos que no tienen descanso, para los que están condenados a ver las cosas a una velocidad excesiva. Una enfermedad que debería llamarse velocidad en los ojos, velocidad en el pecho. Lo contrario del éxtasis; lo anfetamínico. No parar.
El arrobo de Bataille se produce en un contexto moderno, tan teatral como el de santa Teresa, pero con una puesta en escena revisada y sobre todo con ese apogeo del yo frente al hecho que lo hace tan actual.
Dice así:
"En el momento en que declina el día, cuando el silencio invade un cielo más y más puro, me encontraba solo, sentado en una estrecha terraza blanca, no viendo desde donde yo estaba más que el tejado de una casa, el follaje de un árbol y el cielo. Antes de levantarme para ir a dormir, sentí hasta qué punto la dulzura de las cosas me habían penetrado. Acababa yo de tener el deseo de un movimiento de espíritu violento y, en ese sentido, advertí que el estado de felicidad en que me había visto no difería enteramente de los estados «místicos». Al menos, como había pasado de la inatención a la sorpresa, experimenté ese estado con mayor intensidad de lo corriente y como si lo sintiese otro y no yo. No podía negar que, con la sola excepción de la atención, que sólo le faltó al principio, esta felicidad banal fue una experiencia interior auténtica, distinta evidentemente del proyecto, del discurso. Sin dar a estas palabras más que un valor de evocación, yo pensaba que la «dulzura del cielo» se me comunicaba y podía sentir precisamente el estado que le respondía en mí mismo. La sentía presente en el interior de la cabeza como un fluir vaporoso, sutilmente aprehensible, pero que participaba en la dulzura exterior, haciéndome entrar en posesión de ella, haciéndome gozarla."
La experiencia interior Georges Bataille
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