17/9/05

El patio inglés

Estoy en el sótano de una buena casa, en el 9ème. Hay una especie de patio inglés y veo los zapatos de los viandantes. Los zapatos y los bajos de los pantalones, las medias o los tobillos desnudos. (por cierto: ahora estamos acostumbrados a todo, pero vistos en contrapicado, unos buenos tobillos no tienen comparación con nada.) Como la calle es tranquila, oigo primero los pasos y calculo cuándo debo dirigir la mirada hacia el ventanillo. Así no me puedo concentrar, el anuncio primero y las sombras después, proyectadas sobre la mesa en la que leo, me hacen perder el hilo constantemente, A ratos oigo a T.C. en el pido, moviendo algún mueble o desclavando algo. Dejará todo preparado para que los gemelos se lo lleven mañana al almacén de Jean Jaurés. Estoy leyendo un ejemplar de Guerre à la tristesse de Inge Morat. Visto cincuenta años después el título resulta irónico, porque tanto el texto acerca de la España de la época, como las fotos de las fiestas de San Fermín, producen una enorme melancolía. Estoy seguro de que no es lo que pretendía Morat, pero en eso se ha convertido este libro, creo que el primero que publicó. No deja de ser curioso que las únicas fotos que no son suyas, sean las de los encierros. En los títulos de crédito se señala la autoría de fotógrafos locales. Quizás Morat no tenía un pase para colocarse en el vallado o no estaba bien visto que una mujer se ocupara de tales menesteres. No lo sé. Qué distintas son las caras de los jóvenes divirtiéndose o la de los curas subiendo en procesión por la calle Curia a las que podemos ver hoy. Todas las caras fotografiadas sean de quien sean, se vuelven enseguida rancias. Es igual que sea la de un Bosquimano. Si se le fotografió hace treinta años, uno se da cuenta de que tiene cara de antiguo. Los chicos de Inge Morat, vestidos con blusones negros, son tan antiguos que parecen atemporales, acrónicos. Tal vez nos parezcamos a nuestreos progenitores, pero en términos generales, nuestras caras no tienen nada que ver con las de la generación anterior. Siempre hay una excepción y enseguida alguien dice: -mira qué cara más antigua tiene ese tipo.

1 comentario:

  1. Anónimo19/9/05

    Si eso que usted dice fuera cierto, el pobre Moncho Armendáriz no podría haber hecho ninguna de las variaciones sobre el mismo tema con que nos lleva obsequiando los últimos veinte años: eso sí que es antiguo.
    Lo que sí cambia, y mucho, es el afeitado, el peinado, las patillas, la longitud de los cabellos, el corte... y evidentemente la indumentaria. Nada más. Un bosquimano de hoy disfrazado de bosquimano de hace cien años y otro de hace cien años son para nosotros idénticos. Se lo prometo.
    La nostalgia, la tristesse, no está en el libro de Inge Morat ni en sus fotografías, está en nosotros, que llevamos a cuestas un saco muy pesado lleno de... tiempo. Nada más. Para aquellos, los de entonces, las fotos de la Morat eran la juerga padre.
    Es mentira que la felicidad esté en el pasado más allá de un segundo, el que tardamos en darnos cuenta de que no está tampoco aquí. El hombre muere y no es feliz, como dijo el poeta. Y basta, que no hay nada que deprima tanto como hablar o pensar en la fiesta... desde fuera.

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