28/9/05

Acto IV

Ciclo sobre Orfeo en la Cité de la Musique. El New London Consort interpreta la ópera de Monteverdi. Orfeo pierde a Eurídice y decide rescatarla en los infiernos. Plutón le pone como condición que en el camino de regreso no mire hacia atrás, hacia Eurídice. Orfeo –no puede ser de otra forma- gira su cabeza y pierde por segunda vez a su amada.


Después de la representación, en una Brasserie de medio pelo, hablamos acerca del mito. Creo que, a veces, la fascinación por el arte oculta el contenido de éste. Aunque no puedan separarse, me interesa más el hecho de la pérdida de Orfeo que la puesta en escena de Jonathan Miller. Mientras se desarrollaba el acto IV, pensaba en esa idea repetida del mirar hacia atrás. Convertirse en sal, perder a la amada. ¿Qué sentido tiene? ¿A qué vienen estas prohibiciones divinas? La amenaza no está justificada. La acción no merece un castigo semejante, y por eso es posible que se trate del miedo de quien prohíbe a ser desobedecido .

Orfeo en los infiernos, la esposa de Lot abandonando Sodoma, el arte y los retrovisores. No mirar atrás ¿Quién tiene miedo? El asunto de la creación ex novo, de la limpieza del futuro, el borrón y cuenta nueva a partir de un tipo cualquiera de bautismo; véndelo todo y sígueme ¿qué quiere decir? Como los amantes que exigen amor unidireccional, así las prohibiciones de volver la mirada. ¿Alguien teme que no olvidemos de quién aprendimos?

2 comentarios:

  1. Anónimo1/10/05

    Además de a un implacable castigo por desobedecer una orden que no se sabe muy bien a qué viene, así como al hecho de volver la vista atrás, como tú bien señalas, la historia de Orfeo y Eurídice nos remite a la cuestión de las relaciones interpersonales, cargando las tintas en la diferente reacción de ambos sexos -como estereotipos- ante un acontecimiento terrible. Ya que te refieres a la versión operística del mito, por lo que respecta a la de Gluck, no podemos menos que compadecernos del pobre Orfeo, quien, después de pasar grandes peligros y sufrimientos, primero por la pérdida de su amada, y después por el penoso descenso a los infiernos, se encuentra con que ésta sólo quiere que la mire.

    ¡Vaya por Dios!la hace volver del mundo de los muertos -lo que no es ninguna tontería- y ella sólo quiere que la mire. El desdichado Orfeo sigue su triste periplo, ahora agravado por los reproches de su amada: "ya no me miras", "ya no te resulto atractiva" (muy buen color no debía de tener, eso es cierto), "además, no me dices nada", concluyendo con un lógico "claro, es que ya no me quieres". ¡Vaya viajecito! Encima del calor que debía de hacer en el reino de Hades, Eurídice dándole la brasa... La salva de la muerte y dice que no la quiere... Pero, ¿qué más prueba de amor necesita esta mujer?

    Ésta es una parte de la historia, la más evidente. La otra es la de la incomunicación entre las personas, la de dar por supuestos hechos que sólo están en nuestra mente, la necesidad de obtener respuestas a nuestros interrogantes, en definitiva, la expresión verbal, que, si bien puede ser todo lo falsa que queramos, es una necesidad inherente al ser humano. Porque no siempre una imagen vale más que mil palabras.

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