8/5/05

La ratonera

Alguien me dice que exagero en cuanto al estado de abandono de París, así que he pedido permiso a Cecilia para traducir esta conversación que escuchó el viernes mientras cenaba. La traducción es libre y la sorpresa obligada, porque siempre había creído que a los parisinos les gustaba cenar codo con codo, en mesas más propias de la granja de Pin y Pon que de un restaurante en condiciones.

Ayer, durante una velada parisina (o sea: cuatro personas en un metro cuadrado) escuché esta anécdota:

Mi jefe me dio la semana pasada carta blanca para acabar con los ratones que viven en el despacho. El edificio está infestado y resulta fastidioso, porque roen los expedientes. Llamé a una empresa de desratización. Me aconsejaron comprar unas placas para ratones en las que acaban pegados. Me dijeron que el resto de soluciones ( ratoneras con queso, etc.) plantean problemas de seguridad. Mandaron a un empleado para colocar las placas encoladas. Al día siguiente, tres animales habían caído en las trampas: una rata con dos crías.

Imaginad –dice Cecilia- a los ratoncitos debatiéndose y emitiendo grititos.

Ante semejante espectáculo y mi incapacidad para matarlos yo misma, llamé a la empresa, que mandó de nuevo al empleado para que se deshiciera de las trampas. El empleado tomó los ratones vivos y los tiró a la papelera. Yo puse cara de asco y él me dijo: -Es una pena que no colocara las trampas en viernes: Usted pasa el fin de semana fuera y el lunes encuentra todos los ratones muertos.

La chica –vuelve a decir Cecilia- no ha encontrado todavía una solución al problema. Ni lo encontrará porque el edificio entero está lleno de ratas y al propietario le da igual.

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