Como tantos, compré hace mucho una postal que reproduce una cédula de
excomunión para quien robare un libro de la biblioteca de Salamanca. La he
visto por ahí muchas veces, incluso fotocopiada en blanco y negro, sujeta con cinta adhesiva en el montante de una librería. Anduvo por casa hasta que alguien -supongo- la usó como marcapáginas.
Me he acordado leyendo la maldición sobre los ladrones de la biblioteca de san Pedro en Barcelona citada por Blom en El coleccionismo apasionado. Aunque no es bueno comparar, esta de Barcelona sí es una buena advertencia.
Una advertencia comme il faut. Con
guarnición y postre, café copa y puro:
“A aquel que robe, o se lleve en préstamo y no devuelva, un
libro de su propietario, que se convierta en una serpiente en su mano y se
desgarre. Que le aqueje la parálisis y todos sus miembros se malogren. Que
languidezca con dolor pidiendo a voz en cuello misericordia, y que no cese en
su agonía hasta que cante en disolución. Que los ratones de biblioteca roan sus
entrañas como prueba del gusano que no muere. Y cuando al fin acuda a su
castigo, que las llamas del infierno lo consuman para siempre”.
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