En la catedral de Ginebra se
conserva la silla en la que se sentaba Calvino. De brazo a brazo hay una
cuerda atada para que no puedan sentarse
los curiosos. Saliendo del templo a la izquierda está la nave donde predicaba,
tan austera como quedó la catedral tras la Reforma. Los horarios se anuncian en
un cartel sobre una especie de atril de madera contrachapada sujeto a una silla
escolar con tiras de cinta americana. Si levantara la cabeza, el reformador se
sentiría honrado. Por el contrario, en su sencillez, la nave es majestuosa.
El viajero no tendrá tanta
suerte si busca indicios de la
aportación de Castellio al espíritu de la ciudad. Parece que la única
referencia está en el monolito expiatorio levantado en 1903 cerca de donde
ardió Miguel Servet. Y no exactamente en
el monolito, sino en el cartel colocado en 2010. Solo ahí aparece la afirmación de Castellio: matar a un
hombre no es defender una doctrina.
Hubo un monumento levantado
en 1902 a propuesta del español Pompeyo Gener
en el Congreso internacional de
librepensadores, reunido en Ginebra. Tuvieron que colocarlo fuera de
la ciudad, incluso fuera de Suiza, justo al otro lado de la frontera, en
Francia. Fue ese monumento el que “obligó” a los ginebrinos a erigir su
monolito, tan tibio como escondido:
“Hijos
respetuosos y reconocedores de Calvino, nuestro gran reformador,
pero condenando un error, que fue el de su siglo y firmemente apegados a la
libertad de conciencia según los verdaderos principios de la Reforma y del
Evangelio, hemos erigido este monumento expiatorio el 27 de octubre de 1903”
La lectura del libro de Zwieg desmiente por completo ese
“firmemente apegados a la libertad de conciencia según los verdaderos
principios de la Reforma y del Evangelio”.
El monumento levantado cerca de la frontera francosuiza fue demolido en 1941
por el Gobierno de Vichy.
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