Llevo a R. a la estación. Se va en el tren de las 15:35.
Están instalando la noria en Antoniutti. No se atreven a
hacerlo junto al río de tanto que ha llovido. Vuelvo a casa escuchando las
suites de Bach. Encontré ayer el CD.
Creo que lo extravié el mismo día que me lo regaló I.
Como todo lleva retraso, la melancolía también ha llegado
tarde. A estas alturas, con química o sin ella, yo ya debería estar en orden de
marcha, dispuesto para enfrentarme al día más largo del año.
Sin embargo, miro las cosas como si la primavera acabara de
empezar; como si fuera marzo. Sea pues marzo con calor. Demos su tiempo a esta
postración de juguete. Solo un momento. Ya llegarán las fiestas y regaremos los
almuerzos con dry Martini bien agitado. Que se joda Bond.
Mientras tanto y como puedo, me guío por la técnica. Volvía hace
poco de Madrid y me fié del GPS. La confianza no era mutua. Aparecí en una
carretera comarcal a cuyos lados el trigo era de un verde zinc que parecía susurrar: voy a ser amarillo en cuanto me des la espalda. Anochecía y paré en el entrada
de un cultivo para mirar cómo se acercaba una tormenta a ras de meseta. Aún
llegaba la luz de poniente, cantaban las codornices y si hubiera tenido un
cigarrillo habría vuelto a fumar. Empezó a llover y me subí al coche.
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