Durante 20 días, enfrente del ventanal de la oficina, dos picarazas estuvieron haciendo un nido. Venían, no sé de dónde, hacia las
9 de la mañana y no paraban de trajinar hasta la hora de comer. A la tarde
descansaban. Recogían ramas del suelo de un tamaño mucho mayor que
ellas mismas y volaban hasta el chopo con escala en el tejado del edificio en el
que trabajo. Cuando una llegaba con la carga, la otra salía del nido. Remetían
cada rama entre las otras, hasta dejarla engarzada sin que
sobresalieran las puntas. 20 días x 5 horas x 2 picarazas = 200 horas de
trabajo. Para nada. Hace una semana abandonaron la tarea y no he vuelto a saber
de ellas. Han brotado las hojas del chopo y el proyecto de nido ya no se ve.
A cambio, esta tarde, he visto en el jardín de casa una cría
de picaraza. Parecía un peluche dando saltitos sobre la hierba. Aún tiene la
cola muy pequeña pero las manchas blancas y negras están ya bien definidas. No se
ha movido cuando he abierto la puerta. Solo al acercarme ha volado
hasta el seto.
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