4/12/12

Profesiones

Estudio de Irving Penn en París






















Había en casa un smartphone averiado desde hace meses. Como lo sustituí por otro, se quedó en su caja, con el cristal destrozado, como una momia esperando a ser descubierta dentro de tres mil años. Alguien lo ha necesitado antes de que el próximo Lord Carnavon excave en mi domicilio, así que lo he llevado a arreglar. Creí que tardaría dos o tres meses en volver a verlo pero en la tienda, además de la dependienta habitual, había un joven con bata de científico. Me ha recordado a alguno de los personajes que Irwing Penn fotografió entre 1950 y 1951.

En la mirada de muchos de aquellos personajes, fotografiados por su profesión, se concentra el deseo y el orgullo del trabajo. La enfermera, El cristalero, el vendedor de pieles de gamuza, la estrella del cabaré, todos transmiten un enorme sentido de la dignidad que proviene del trabajo. Detrás de esa primera mirada se perciben muchas más historias: en quienes son mayores, el curso de la vida; en los jóvenes el deseo de vivir. Pero en todos estos Small trades de los que habla Penn, la honorabilidad se adquiere a través de la profesión. Es verdad que hay signos distintivos: el cuchillo del matarife, la escoba del barrendero o el uniforme de los camareros, aunque finalmente resultan meras pistas. Tampoco hay entorno. Solo los largos papeles que sirven al fotógrafo de suelo y fondo y que repite en Londres, París y Nueva York, los tres lugares en los que están tomadas las imágenes. Todo llega desde muy adentro.

He vuelto a mirar este libro tres años después. Como las buenas novelas, la relectura da como resultado una historia distinta. No recordaba la importancia del trabajo, de la profesión, sea cual sea. Es posiblemente el paro, la búsqueda de un trabajo, sea cual sea, la falta de especialización, lo que hace tan valiosas, de repente, las imágenes de un zapatero remendón o un guarda forestal seguros de sí mismos y retratados en una parte tan importante de sus vidas.

El joven técnico de la bata blanca me ha dicho que casualmente tenía la pieza necesaria para arreglar mi teléfono. Mientras me hablaba de su afición por la música y su colección de guitarras eléctricas, ha soltado con mimo la pantalla, las cámaras minúsculas y la tarjeta base. Lo ha recompuesto todo y antes de cerrarlo de nuevo, le he pedido permiso para fotografiarle sentado a su mesa de trabajo con sus pinzas y su diminuto destornillador y sus patillas y su cara de ser lo que es.

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