13/7/12

Fuegos artificiales, fuegos naturales


Hacia el Oeste, donde la ciudad se deshace, hay algunos campos de cereal que ya están segados. Es un buen sitio para ver los fuegos artificiales en soledad. En el ribazo de la rastrojera brilla una luciérnaga. ¿No estaban extinguidas? Hay una un poco más allá y, cada tanto, otra más. Se toman bien la medida: parecen las luces de una pista de aterrizaje. La magdalena de Proust resulta una tontería comparada con este sistema de activación de la memoria. En la palma de la mano, el verde fosforescente e hipnótico del insecto funciona como un sacacorchos: una tras otra, sin esfuerzo, recuerdo cada noche de verano en la que el más pequeño de los fulgures era capaz de iluminar el espíritu.

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