Como estaba el pan tan crujiente, no he tenido más remedio
que comprar el periódico. Un acto reflejo, tal vez. Dejé de comprar El País Semanal
cuando la publicidad del lujo lo echó a perder: se anunciaban relojes de
pulsera cuyas cajas parecían capaces de alojar la maquinaria de un carillón. Las
modelos comenzaron a lucir una ropa para marcianos a precios efectivamente exorbitantes.
Su aspecto, por otra parte, era cada vez más angustioso: aparecían delgadas y lánguidas y lucían una sombra de ojos que invitaban a
crear un call center contra los malos tratos.
El desembarco de la opulencia también dio para la risa: Volví del kiosco un día, abrí el suplemento y allí estaba, a toda página, el anuncio de un Mercedes Benz gris plata, señorial y como todo texto, en grandes caracteres, una sola palabra: “Robusted”.
El desembarco de la opulencia también dio para la risa: Volví del kiosco un día, abrí el suplemento y allí estaba, a toda página, el anuncio de un Mercedes Benz gris plata, señorial y como todo texto, en grandes caracteres, una sola palabra: “Robusted”.
Aunque la deserción no me ha privado de leer a hurtadillas
algunos reportajes o ver buenas fotos, todo es ya una nebulosa en la que solo
distingo con claridad una pequeña constelación en forma de ministra montada a
caballo.
Para estas cosas, nos estaba esperando la internet.
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