A las ocho ya no quedan clientes en el restaurante. Las camareras disponen una mesa para ellas.
Dejo el postre y, mientras se sirven la pasta, me acerco para preguntarles si
puedo tomar unas fotos. Solo al cabo de un rato dejan de posar y el ambiente
resulta relajado. La encargada del negocio prefiere un encuadre más “occidental”
y se acoda en la barra, lejos de la cena en común.
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