El hotel Shangri-la está al noreste de Guilin, en el 111 de Huan Cheng Bei Er Lu. Basta con cruzar la carretera para entrar en un barrio de casas de dos pisos, flanqueadas por pequeños huertos y albercas de agua retenida. A la tarde, las lonjas se llenan de vecinos que juegan o ven jugar a las cartas. Las fachadas, sin revocar, son de un gris mortero en el que no destaca nada. Hay letrinas comunes cada tanto, niños que corren y alguna camioneta que parece hecha con el motor de una mula mecánica. Las cuevas en las que cabría un buda gigante se usan como garaje. Desde su interior llega el aire fresco con olor a cal húmeda.
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