En el templo budista de Chengxiang Ge, los muertos parecen esperar a
los vivos. Los que no están, están ya representados. La descripción de quienes
llegarán, permanece oculta tras un pedacito de cartulina roja. Una eterna cinta
de casete repite un salmo. Los monjes pueden dedicarse a otras cosas.
Fuyou Lu está apenas a doscientos metros. Es una pequeña mezquita escondida tras un callejón. El imán
baja desde el primer piso y se lava en el fregadero del patio antes de entrar en
el haram para dirigir la oración de la mañana. A diferencia de otras en las que no hay ningún mobiliario, en esta
hay una especie de banquetas largas
donde, a horcajadas, se sientan algunos ancianos para inclinarse con mayor
facilidad. Al lado del lugar de culto, una madrasa para diez o quince alumnos, permanece
vacía a esta hora.
El templo budista fue, durante la Revolución Cultural, un
taller de artesanía. No se qué habría sido durante aquel tiempo de la mezquita,
fundada 110 años antes que la Guardia Roja. El caso es que las chapas con el
rostro de Mao se venden en los mercadillos con mucha menos reverencia que los
rosarios tibetanos y no hay forma de comprar un Corán en una librería de viejo.
Sobre lugares y creencias: Sacred destinations
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