7/5/11

El País y el Aleluya






















Frente a la pantalla de un ordenador, varias chicas despellejaban  a las invitadas de Guillermo y Catalina. La prensa electrónica servía videos y fotos en tiempo récord. El rosa  palo, demasiado apagado; el amarillo, indecentemente canario; el novio, de rojo Beefeater. Me quedé a escuchar. Creo que se salvó el sombrero de la Spice pija. Qué festín.  

Un poco antes, yo había visto parte de la ceremonia, tomando café en un bar. Alguna ventaja tendrá la TDT: mientras revolvía el azúcar automáticamente, la vista se me quedó perdida en el prodigio de la casulla del  deán de Westminster. El arzobispo de Canterbury no le iba a la zaga; qué brocados. Y qué forma de aventar las ínfulas de la mitra.

Comparada con la del poder religioso, la moda del siglo es pura baratija: un exceso es imperdonable y un defecto hará invisible a cualquier Blancanieves. Pruébese a esculpir la tumba de cualquiera de estas mujeres, carne de papel cuché, tal y como las hemos visto: no hay  un atisbo de dignidad con las puntas de los zapatos dirigidas hacia el firmamento. Sin embargo, colóquese a un abad en posición horizontal y ya estará preparado para viajar al Paraíso.

Si hay un Hola o un Semana no sé por qué no hay un Amén.
–Déme El País y el Aleluya.
Árboles de 6 metros en el interior de la abadía, coros de impúberes ocupando los laterales de la nave central. ¿Qué libro de lecturas se usó? ¿Quién bordó la capa pluvial? ¿A qué tiempo anglicano se corresponden los colores que lucen las autoridades religiosas?
-¿Ha salido el especial de 20 Advientos con la beatificación de Juan Pablo II? Qué ganas tenía ganas de ver de nuevo su féretro. Es tan súper sencillo.

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