El molde del Hombre

Cuán gritan esos malditos. Deberían estar sentados en la plaza de una ciudad cualquiera, pidiendo la desaparición del Senado en vez de dar la brasa es este remoto confín de la Tierra. Juventud, ruidoso tesoro. Les oigo desde dentro, mientras leo que la columna negra del iconostasio simboliza el misterio. Así, sin mayúscula. Tiembla el misterio a cada berrido de tres niñatos con mini cámara de video. ¡Haz como que vienes! Dice la aspirante a realizadora a voz en cuello. Como ellos no van a sentarse en pos de una nueva democracia, he decidido hacerlo yo esperando que sus sombras pasen por delante de la puerta de la iglesia. Casi como en el proverbio árabe.

Aquí, en San Miguel de Escalada, como en San Baudelio de Berlanga, la casa está en la casa. La de Dios inscrita en la del Hombre, separadas por la columna negra y su opuesta –la blanca-, que sirvieron para ocultar a los fieles el misterio y hacerlo así más misterio. Cómo no habríamos de soñar a lo largo de la vida con la casa y sus patios interiores.

Los arcos de herradura tienen un carácter antropomórfico. Erguidos, separadas las cabezas imaginarias más allá del final de capitel, dotan al templo de una medida humana. El gran molde de donde -sin cocer del todo- habríamos salido cada uno, obligados a la perfección personal.

No gritan ya los jóvenes. Sus sombras han pasado veloces dispuestas a amargar a cualquier otro, en cualquier parte. En el silencio del mediodía zumba una colmena de abejas. Cita Schneider una curiosísima atribución primitiva, por la cual los animales que pueden simbolizar el cielo tienen la voz aguda si son de gran tamaño (elefantes) y grave si son pequeños (abeja). Los terrestres se comportan de manera inversa.

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Decíamos ayer

Anticipaciones de san Miguel

San Baudelio

Errores y vaticinios sobre la indignación