3/4/11

Pescado blanco junto a la fuente

A la desembocadura se llega después de atravesar una gran zona industrial. Es posible que tenga relación con la minería o las canteras. Todo parece teñido de blanco. Se conduce por la margen derecha del río hasta llegar a un puente sujeto por tirantes de acero. Hay un aparcamiento enseguida y desde allí se abren las praderas que dan al océano. Solo existe un hotel. Pertenece a una cadena muy barata. Apenas cuesta doce euros alojarse pero han pasado tres años desde que lo abrieron y ya está desvencijado. Aquí, paralelo al río, está el mercado del pescado. Alguien me dice que no compre todavía porque los precios bajan a la tarde y además resulta muy desagradable pasear con la bolsa durante toda la jornada. Más bien creo que si espero, solo encontraré producto de mala calidad. Los sauces están brotando y la temperatura permite ir en manga corta. Cuando casi todos los puestos cierran, me acerco a uno, abierto aún, junto a una fuente de agua muy fría. Compro un pez que hago limpiar al pescadero mientras suena la fuente. La carne es blanca. Al otro lado del camino hay un edificio administrativo de piedra y ladrillo. Sobre su fachada caen las sombras de los sauces: los troncos, las ramas y, desdibujadas, las primeras hojas.

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