30/4/11

Caballos, bocas y manos



















Fui a ver a san Miguel  encuadrado en una de las casas del retablo de Aoiz. Eso creía porque en realidad la figura del Santo está exenta. Lo recordaba montado a caballo pero está de pie, empujando una lanza contra el demonio. El caso es que la noche antes, me vi a lomos de un corcel que desde la cruz me sacaba dos cuartas. Era blanco como una yegua que me echó al suelo hace ni sé los años: tenía la boca sensible y no me lo dijeron.

Este otro animal del que hablo, el del sueño, estaba de manos pero con la cabeza seria y recogida -como la  de Fidias-, dispuesto a enseñarme el mundo allá abajo. Aguantó así un buen rato, sin apenas mover los pies. La distancia hasta el suelo era enorme y yo no podía disfrutar de la vista porque me sentía cohibido. Uno no puede mostrarse impunemente con tanta arrogancia. No era yo, –podría argüir- era el caballo. Pero quién me iba a creer. Por otra parte, al jinete de una estatua ecuestre en la que la montura tiene las dos manos en el aire no se le augura nada bueno y mi caballo parecía tener los tendones de bronce.

Luego vi o creí ver a san Miguel a lomos de su caballo, recogido en un espacio mezquino para una figura tan importante. Tan misereble era la casa del retablo, que le colgaban los pies hasta tocar el suelo y tenía la cabeza agachada por no golpearse con el dintel.

Han restaurado el retablo de Anchieta y Tornés y se ve al Santo muy poco guerrero. Tiene la actitud de un san Sebastián resignado, a pesar de la victoria y está claro que la bestia que agoniza a sus pies va a tardar mucho en exhalar su último aliento.

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