Insomne mirando al cielo. En mi cenit hay dos estrellas más claras que el resto. Si extiendo el brazo, las separa un palmo. Pequeñas nubes de invierno pasan deshilachadas sin una dirección concreta. No se deslizan de manera regular: en ocasiones se detienen y durante unos momentos permanecen absolutamente quietas sobre mí. Luego, el viento las empuja de nuevo. Hacia las tres de la madrugada apenas vuelan aviones. Se distinguen bien sus luces de posición. Con unos prismáticos podría ver las ventanillas. Detrás de mi cabeza está el resplandor de la ciudad y el sonido lejano de los coches. Hasta el mes que viene no llegarán los primeros pájaros. Un satélite artificial cruza la bóveda celeste como la rápida cabeza de un alfiler naranja. El número de aviones aumenta conforme se abre la luz tenue del alba. El aire es tan claro que casi se adivina el logotipo de Swiss Air sobre la cola de un bimotor.
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