14/9/10

El cerebro incandescente

El puente del polígono de Areta está en obras así que, para llegar al Centro de Arte Contemporáneo de Huarte, cruzo el río Ulzama por el de Villava. Hay cerca una empresa en la que trabajan con algún tipo de soldadura. Son las ocho de la tarde. A esta hora, La luz da contra las últimas naves industriales que quedan junto al río. Llevo las ventanillas bajadas y entra en el auto un olor que no puedo identificar con exactitud. Aquí había estado la fábrica de plásticos Kaplan. Huele como el balón que pinchó a mordiscos el pastor alemán de la Morris hace cuarenta y dos años. Tenía unos colmillos enormes. Los coches, aparcados por decenas en la explanada, nuevos, brillantes y al fondo la pista de pruebas con sus dos curvas un poco peraltadas. Mi padre sacó el balón del maletero mientras llegaban los camiones de transporte y el perro se puso como loco.

No huele a plástico. Es otra cosa. Son esos cohetes que se hacen explotar en Nochevieja y de los que salen baratijas para los niños. Eso es. El papel que se quema. Los confetis chamuscados. No. Tampoco. Me alejo del olor y sé que hay otra capa de recuerdo. En la rotonda, antes de llegar al CACH doy la vuelta. Paro junto al puente. Son pistones. Es el olor de los pistones. Había dos tipos de pistones. Los más antiguos se vendían en rollos de papel, encapsulados como verrugas de bruja. Uno aprendía enseguida el valor de la munición porque no había cosa más triste que el chasquido de un gatillo sin el fogonazo ni el ruido del pistón. Era algo parecido a los rollos de fotografía. Apretar el disparador no era asunto baladí. En uno y otro caso las lecciones de encuadre y economía estaban garantizadas. los otros, los modernos, llegaron con un revolver cuyo tambor giraba como los de verdad. Iban encajados en una pieza circular de plástico y ésta a su vez se encastraba en el tambor. Ese era el perfume. Recuerdo su final. En un acto sin precedentes, los curas del colegio iban a dar una especie de carné a los niños que entregaran sus juguetes bélicos un día determinado al efecto. Para entonces, todo lo que yo conservaba era el chasis de uno de aquéllos revólveres con los que tanto me había divertido. Lo llevé de todas formas. Me apetecía lo del carné de pacifista. No hubo tal. El comité creyó que aquel resto sin cachas ni tambor, no era canjeable por una acreditación  tan honorable.

Me preocupan un poco estas fisuras de la memoria. Sé cuándo comienza uno a recordar con tanta exactitud el pasado. Se parece esto a esas películas de serie B en las que la tierra tiembla y luego se abren grietas y se ve la lava incandescente fluyendo a punto de salir a la superficie.

2 comentarios:

  1. Anónimo16/9/10

    Ah...Passy...los recuerdos "grabados a fuego" en nuestra memoria...y nunca mejor dicho: a fuego.
    Saludos curiosos.

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  2. El problema es no saberlo; la autonomía del recuerdo, que al recuerdo no le importe nada lo que en derecho se llama la prelación de las fuentes.
    Saludos, Curioso.

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