La iglesia de la plaza de San Francesc tiene una fachada como de Donald Judd. Muy parecida a la de Santa Maria in Aracoeli, al final de las escaleras que suben a la plaza del Capitolio . La de Roma ya no tiene los mosaicos que la recubrían y queda solo el ladrillo que le da ahora un aire sobrio, muy espiritual. A la de Formentera, blanquísima, le falta la gracia del remate. Parece un templo de asentamiento colonial pero es tan simple que enseguida dan ganas de entrar a ver si, en efecto, dentro tampoco hay nada.
Si uno desea permanecer al margen, la terraza del Bar Centro ofrece una buena sombra y lo mismo puede tomarse un sabroso gazpacho que una horchata fresca. Hay cerca puestos pseudo hippyes en los que se venden fulares y bisutería agiornata. Huele un poco a marihuana. Poco cosa. Más por el gesto de liar que por el de fumar. El recorte blanco de la fachada contra el cielo y el flish-flish de las hojas de un periódico que alguien lee con desgana combinan un sedante de primera.
Después de terminarme la horchata, entro en la iglesia y miro los cartelitos del cepillo; el orden de las ranuras me hace pensar en largos conductos entrecruzados, repletos de curvas, que tal vez harán llegar las monedas hasta el destino marcado en el exterior de la caja de madera. Las almas, culto y obras, manos unidas contra el hambre: Tal vez el cash lo iguala todo. O tal vez como en aquellos juegos de habilidad en los que había que mover un pequeño laberinto de mano para que la bolita cayera en el agujero indicado y no en otro, hay que mantener el pulso: a Dios, al César, a las almas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario