18/7/10

Autobiografías de canto

Estimado editor Ayacam:

Recordará la llamada que le hice desde la feria de libro preguntándole por el último volumen de Trapiello. Iba a decirle que después de nuestra conversación me lo eché al bolsillo pero mejor estaría decir que el tocho me metió a mí entre la sobrecubierta y la portada. Llegué a casa con escoliosis fulminante.

Terminé ayer Troppo vero a la sombra del tilo que está en floración. Hace estos días un vientecillo agradable así que me administro las infusiones por vía nasal. Como diría el autor, es un libro muy bonito. Hay que ver la cantidad de veces que utiliza el adjetivo; no se sabe si por desprecio a quienes usan otros rebuscados o por que desea rehabilitarlo.

Me parece que era Arcadi Espada el que se quejaba del uso del “uno” como sujeto de la frase. Es verdad que llega a cansar. Incluso el autor, en algunos momentos, renuncia y lo sustituye por un “yo” en primera persona, directo y sin ambages. Es lo que tiene la lengua castellana que, de puro humilde o hipócrita, no le cabe bien el Je o el I; según se mire.

Menos mal que nada más comenzar el diario novelizado o viceversa se le aparece al autor un minidios con boina en medio de una zarza que arde y le reconviene seriamente: “-En tus libros dices cosas de unos y de otros y eso no está bien.” Más o menos, el autor promete enmendarse, pero quia. Salvando a Solana y Ramón Gaya entre los pintores y Victor Hugo, Stendhal, Juan Ramón Jiménez y media docena más de escritores espurgados entre el 98 y el 27 , nadie sale bien parado.

Me he acordado mucho de usted, sr Ayacam y de su teoría del chisme y la literatura. He pasado ratos estupendos y me ha sorprendido coincidir con algunas denigraciones escritas tan por derecho.  Bien es verdad que muchos de los agraviados se hallan ya bajo tierra o sus cenizas se aventaron en el último lustro con lo que la réplica queda reservada al ámbito de la ouija. Que haya más afrentados entre los fenecidos que entre los vivientes no me acaba de convencer porque dando más libertad al escritor le quita algo de punch, como si el saco de boxeo estuviera relleno de plumón para edredones. En cuanto a los supérstites, si es cierto lo que se dice y Trapiello va dando a los hechos octavos de vuelta como a las botellas de champán en la bodega y que ese movimiento de muñeca depende de su relación con el  retratado, a mí no me importa.

Ayer, cuando leía el pasaje dedicado a la sinopsis para una novela sobre el evangelio apócrifo de María Magdalena solté tales carcajadas que A. salió al jardín a ver qué estaba pasando. Dice Trapiello que podía escribirse con lo que él condensa un best seller. Me parece que si los Monty Python hubieran estado en activo, mejor saldría la segunda parte de La vida de Brian.

Al contrario que en aquel burdo anuncio navideño, las distancias largas le van mejor a Trapiello. En las descripciones cortas, en las sentencias, la escritura se resiente, lo mismo que cuando habla de la naturaleza: es como si pasara por encima, como si vivirla fuera tan superior a escribirla que no mereciera la pena darles una vuelta a los apuntes. Lo dice el mismo cuando espera del futuro libros con sonidos de aves u olores de frutos. Ya existen: son para niños entre 0 y 2 años. Plastificados y sumergibles.

Si expurgáramos las excursiones por el Rastro con Juan Manuel Bonet, podría editarse una excelente guía para amateurs: dónde y cómo comprar, cuándo volver, cuándo desistir, cuáles son las reglas no escritas. A esto se acompaña- aquí sí- una excelente descripción del ambiente matutino matritense y casi sin nombrarla, de la amistad.

Setecientas ochenta páginas hablando de los otros tienen siempre un efecto boomerang. No hace falta ser psicoanalista. Quien finalmente queda retratado es el autor: en sus triunfos y en sus debilidades, en la defensa de su apellido, en sus venganzas, en su relación con el dinero, en el amor a su familia, en la tenacidad a la hora de mantener las ideas sobre la política (¡la cena en casa de la Ministra!), en el ser y el querer ser. En fin; diríase que ni diario ni novela. Una excelente autobiografía anual traída de canto si no fuera por que éste –el canto- mide, esponjado, 58 milímetros.

Nada más acabar Troppo Vero, me he dado un paseo hasta una gran superficie poligonera  por ver si tenían reeditada Las armas y las letras. Hubiera preferido compráselo a mi librero pero ya eran las 21:00


Con afecto renovado y el agradecimiento por sus consejos siempre certeros,

1 comentario:

  1. Querido señor de Passy:

    No he leído bien, es decir, de principio a fin, la última entrega del inmenso diario de Trapiello. Recuerdo que los primeros volúmenes, "El gato encerrado" o "Locuras sin fundamento" (primeros años noventa), rondaban las 200 páginas de pequeño formato. Ahora que ha llegado al número dieciséis en las entregas, se acerca en ellas a las 800 páginas en un tamaño bastante mayor. Pero estoy seguro de que, cuando haya podido leer completo este "Troppo vero" (¡espero que sea en lo que queda de verano!), compartiré sus comentarios. Sí le puedo decir que en estos veinte años me he reído yo también a carcajadas con Trapiello, le he visto atacar a mucha gente con saña y talento, me he emocionado con frecuencia (aún recuerdo por ejemplo su relato en 1996, en "Las nubes por dentro", de los últimos días de su colega y amigo en la ya mítica editorial Trieste, Valentín Zapatero), y me ha hecho pensar en bastantes cosas, hasta el punto de ayudarme, en ciertos terrenos, a conformar mi mirada. Por eso soy de los que creen que los diarios de Trapiello tienen un enorme valor, y que son, de lejos, lo más valioso que ha escrito, muy por encima de sus destartaladas novelas.

    Le recuerdo con mucho, mucho afecto.

    ResponderEliminar