13/2/10

Aburrimiento y sociología


Contra la limpieza
No sabía si decir algo acerca del artículo de Verdú o de la contestación del IAC. Me he acordado del asunto revisando Banksy. Locations & tours, un librito que propone varios recorridos urbanos en pos de las pinturas de este gamberro ejemplar. No hacer mucho, el dueño de una vivienda de Glastonbury, cerca de Bristol, se quejaba amargamente porque un equipo de limpieza municipal formado por voluntarios había borrado el graffiti que hacía de su domicilio un lugar casi turístico. No sé que pensará Verdú del precio que alcanzan los Baknsy en subasta. De los muros al lienzo; de cero a cincuenta mil libras sin pasar por la casilla de salida.

Ruskin al fondo
La sociología tiene estas cosas. Es un asunto tan plano que si, de vez en cuando, no le metes una patada a algo resulta aburrida. De todas formas, es extraño que Verdú haya elegido a Rodríguez Caballero para poner el grito en el cielo. El concepto de estética de nuestro sociólogo parece muy anterior a Hegel y la comparación entre un cuadro pintado o uno fabricado a base de trocitos de vinilo adheridos a una superficie resulta ridícula; sobre todo si el segundo trae causa directa de la pintura francesa de finales del XIX. En el primero hay brocha. En el segundo, no. Pintar sin pintura se titulaba el artículo de Verdú. Me pregunto con qué herramienta lo habrá escrito. Es muy posible que no lo haya hecho con tintero y pluma de ave.

El binomio indisociable
No cabe duda de que comisarios y galeristas tienen un enorme peso en el mercado del arte. Nadie quiere que se devalúe aquello con lo que comercia. Los productores de petróleo tampoco. Sin embargo se entienden bien las alzas y bajas de la gasolina mientras que hay quien se escandaliza por el precio del cuadro vendido en subasta pública. El asunto Damien Hirst parece ser el paradigma de la falta de criterio. No hay artículo en el que no se cite binomio formol/tiburón. Es posible que alguien se equivocara adquiriendo aquella pecera gigante, lo mismo que hay quien yerra comprando un piso cuyo precio cae en tiempos de crisis o contratando un fondo de pensiones que no acaba de dar beneficios. 

No hace falta mutilarse
Tendemos a creer que el arte es una actividad entre espiritual y romántica que no debe contaminarse con algo tan despreciable como el dinero. Sin embargo la lista de los grandes maestros, Velázquez, Caravaggio o Zurbarán, se trenza con la de sus clientes. Una y otra son indisociables. Es como si la argumentación de Verdú pasara por alto este detalle y arrancara desde Van Gogh, desde ese pintar por pintar, sin resultado económico. Van Gogh no vendía porque nadie quería sus cuadros. Eso es todo. Si los de Rodríguez Caballero están teniendo éxito es porque son “asimilables”. El comprador reconoce en sus aluminios o en sus vinilos elementos que forman parte de su conocimiento estético. Si a esto se le suma la pulcritud en la realización del trabajo y cierta elegancia evocadora, el resultado no es tan disparatado.

Goya y las píldoras
El arte es y ha sido una actividad sujeta a las mismas reglas económicas que cualquier otra. Admitimos que el Estado regule el precio de algunos productos básicos, pero poco más. Éste es el estado de las cosas. Aunque resulta difícil entender que los medicamentos de Hirst sean más caros que los dibujos de Goya, el precio no depende de nuestras convicciones y por mucha presión que ejerzan los agentes implicados, quien decide es el comprador. Incluso si su opinión no coincide con la de un sociólogo que pretende hacer de sus gustos vara de medir.

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