Sobre perderse y encontrar el camino ya se ha escrito. Mucho menos sobre el extravío común: una pequeña equivocación te coloca a veces en el lugar adecuado. Como metáfora tiene poco interés, aunque siempre se le puede sacar algo de partido.
A Tiburón se puede llegar en ferry. La calle principal parece sacada de Pleasentville. Hay cerca unos chalés de madera que rodean un lago artificial con surtidor. Si no entiendo mal, la vereda es privada pero de uso público. Un perro viene hacia a mí con una pelota de tenis en la boca. Sus intenciones son inequívocas. Después de cada lanzamiento, el animal vuelve con la bola, la deja como a un metro y luego la empuja con el hocico hasta mis pies. Aparece el dueño, largo y sonriente, con una camisa blanca y cara que se recorta contra las tablas oscuras de su casa. -¡Pablo! -El perro corre con la pelota entre los dientes hacia su amo.
Salgo de la urbanización y busco un sitio donde comer. Junto al muelle, me equivoco de calle y encuentro unos cajones metálicos usados tal vez para guardar herramientas.
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