El carpintero no ha llamado. Esperaba que lo hiciera esta semana.
–En agosto tengo lío. –Me dijo. –Te llamo en septiembre.
En casa no hay muchos libros; tampoco mucho espacio. Le he pedido que alargue una estantería que se quedó corta hace tiempo. Mientras tanto, todo está revuelto y no encuentro lo que quiero. Compré una cosa provisional para las ediciones de bolsillo y hasta hace unos días las columnas de libros de arte se mantenían en equilibrio inestable junto a la mesa. Ahora están dentro de una alacena rústica, esperando al carpintero.
Leo lo que pillo, casi al azar. Después de Ayesta y Miller, encontrados por casualidad, quise volver a Los pichiciegos de Fogwill; más que nada por seguir con relatos cortos, lineales y de narradores directos. Que si quieres. Dónde estará Fogwill. Encontré a cambio Cómo me hice monja de César Aira y al releer las primeras páginas sentí de nuevo cuánto emociona la ficción y poco después cuánto desengaño provoca. Cómo me hice monja no debería pasar de la página 32. Cuando leo de nuevo estas cosas recuerdo por qué tengo dificultades con la literatura. Los dos primeros capítulos te dejan K. O. Uno esperaría salir después en ambulancia camino del hospital, que es lo que sucede, pero ya no es lo mismo, la goma se destensa y ya todo es ficción, incluido el final.
En un recuadrito de la portada de la edición de 1998 puede verse, mal que bien, el perfil de una monja con la toca al viento. Es la monja del cuadro de Hopper que luego cambió por una hermosa joven cuya falda dejaba intuir unas piernas de aquí te espero. Mondadori no hace mención del autor.
Me acuerdo de la recomendación de P*, de cómo devoré Los pichiciegos y entiendo ahora por qué no leí los otros dos relatos del libro de César Aira.
Me acuerdo de la recomendación de P*, de cómo devoré Los pichiciegos y entiendo ahora por qué no leí los otros dos relatos del libro de César Aira.
"–¿Por qué no puedo hablar?
–Porque no se habla de eso. De eso se habla después
cuando nos juntamos todos. A las nueve juntamos las noticias
y las hablamos.
–¿Qué, ustedes? ¿Quiénes son ustedes? –quería saber.
–Los Magos, los cuatro Reyes...
–¿Quiénes? –preguntaba extrañado.
–Nosotros: los que mandan. ¡Ya lo vas a ir entendiendo...!
–prometió.
Rubione no volvió a preguntar."
Los Pichiciegos
R.E. Fogwill
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